Se denomina coloquialmente
cantamañanas a quienes se comprometen a hacer cosas que son incapaces de
realizar. Revelan ciertos atributos específicos como mostrarse fantasiosos,
informales e indignos de crédito. En mi pueblo, además, les adosan un carácter
de artificial osadía, farruco, matón. Nuestras villas e Instituciones rebosan
de esta fauna humana tan infravalorada respecto a su contaminación social. Sí,
son individuos poco productivos, malsanos, a la hora de confluir esfuerzos. Su
informalidad rompe cualquier atisbo unificador, potencialmente meritorio. Es
probable que alguien, cercano o comprensivo, vea en mis reflexiones una
intención vejatoria o un insulto incómodo, nada cercanos a mi proceder. Me
viene a la memoria, en parecidos términos, la anécdota que le ocurrió a Valle
Inclán con una autoridad pública. Cuando el autor visitaba una comisaría (lugar
de cita frecuente), definió al comisario asignándole un epíteto que afirmaba la
duda sobre su capacidad intelectual. El funcionario le espetó: “oiga, sin
insultar”, a lo que el libertino escritor respondió: “no es un insulto, es una
definición”. Pues eso.
El primer, rumboso y multitudinario
cantamañanas es el ciudadano. Tenemos sobrados motivos para aflorar
sentimientos de aversión a cualquier sigla sin salvedad. ¿Debemos reconocer
elementos positivos, no obstante, en algunos momentos de su oficio político?
Sin duda, pese a que los últimos años se ven muy ensombrecidos debido a ineptitudes,
falta de visión nacional y corrupción generalizada. Es, pues, justo que haya un
desapego total. Las quejas se multiplican por doquier, siendo corriente oír
conversaciones poco misericordes para el conjunto de políticos sin excepción.
Escuchar estrictos propósitos de abstenerse viene a ser el pan nuestro de cada
día. Luego, se vota con la nariz tapada. ¿Hay mayor prueba de informalidad?
Calla o cumple. Queda así constatado que somos una nación de cantamañanas. A
tenor de las barbaridades que se airean sobre esa casta privilegiada (para a
renglón seguido constreñir la ira), lo somos en sus más amplias acepciones,
incluyendo ese tinte tabernario de mis paisanos.
Advierto, asimismo, que
mis críticas siempre apuntan al político, jamás a la dualidad sustantiva objeto
de su fundamento y que -pese a la vulgar amalgama- son diferentes cuando se
someten a sentencia moral. Rajoy, contra lo dicho por diferentes voceros, mengua
respecto a los compromisos adquiridos, bien debido a previas limitaciones bien
debido a onerosas coyunturas externas. Enumerar incumplimientos de todo tipo
(no solo económicos) sería largo. Menos tiempo nos llevaría citar lo concluido.
Desde mi punto de vista, y en verdad, ninguna propuesta ni compromiso puede registrar
su haber. Atesora una estrategia de inacción, de desgaste. Cuando es urgente
formar gobierno, promueve las reuniones demasiado tarde. Parece vislumbrar otras
prioridades previas, excusando la claque su inercia estática con esa salida talismán
de jugar acertadamente los tiempos. Muestra incapacidad e inconsistencia
políticas. Rajoy es un cantamañanas.
Mientras España está
cansada, exhausta, Pedro Sánchez -irresponsable- rebaña una semana de vacaciones.
Dicha actitud se ha de valorar más como síntoma que como necesidad. Al
socialista parece importarle un bledo este escenario caótico, lamentable, donde
demasiada gente malvive rodeada de privilegiados con excesivos fueros, deudores,
inmunes e impunes. El PSOE se desgañita venteando un siglo de existencia, una
labor impecable en pro del individuo huérfano de fortuna, un partido con
pedigrí social, luchador y solidario. Obras son amores y, desde Zapatero aquí,
han sustituido la acción por fraudulentos eslóganes tan vacíos como muchos de
sus líderes. Ambiciones personales, a lo sumo partidarias (que termino por descartar),
con la colaboración inestimable de otras siglas, están pergeñando una parálisis
gubernativa de consecuencias graves, incalculables. Es la segunda vez que destapan
una indigencia política aterradora. Siguen empeñados en despeñar su partido por
el precipicio de la incomprensión. Saben, peor si lo ignoran, que Sánchez no
puede presidir el ejecutivo sin consecuencias letales. Rozando el suicidio
colectivo, siguen empeñados en ello. Sánchez y su legión adyacente conforman un
grupo especial de cantamañanas.
Albert Rivera, antes, en
y después de la campaña electoral, dio señales claras de soberbia innecesaria
ni como táctica. Su talante, al menos, parecía el de un cantamañanas más. Ha manifestado
errores tangibles, no sabemos si debidos a alegrías inoportunas o ligerezas de
ardor juvenil. Me ha sorprendido negativamente mi político de cabecera, el
mejor valorado, mi favorito. Si me defrauda a mí, qué no ocurrirá con sus
votantes. Mal, muy mal. De él se esperaba algo importante, decente. Cuidado con
el fiasco. No se debe ser más papista que el papa. Verdad que hay mucho por retocar,
pero con sensatez y humildad; sin enmiendas inflexibles.
Pablo Iglesias instaura la
personificación del cantamañanas conceptual. Quimérico, novelero, farsante,
farruco, junto a otros atributos perniciosos, conforman un personaje que
malcubre su entraña doctrinal emanada inconscientemente. Autócrata de vocación,
compensa todos los vicios antidemocráticos, totalitarios, con una capacidad
histriónica sin igual y con un excelente don comunicador. Tanto que es capaz de
seducir con buñuelos de viento a cinco millones de españoles, no todos necios. ¿Para
qué extenderme más? Él es Podemos y
viceversa. A ver quién le contraviene.
Los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial son incapaces, pese a sustanciosas sentencias, de poner
coto al antojo absurdo e ilegal de los políticos (digo bien, políticos) catalanes. El Estado español,
vertebrado democráticamente en sus tres poderes, hasta ahora también es un
cantamañanas.
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