Alejado de dogmas, escaso
de fe, racionalista y agnóstico, debo confirmarme en el sentir católico para -piadoso
a fuer de humano- marcar la frontera de toda conducta civilizada que impida caer
en los excesos reclamados por la parte más primitiva de mi ser. Se me ocurren
bastantes epítetos gruesos que definirían mínimamente a quienes mancillaron rabiosos
el twitter, ese moderno impulso de socialización y convivencia puesto por la
técnica. Freno arrebato tan inclemente porque quiero conservar como valor
insuperable la compasión al vil. Víctor Barrio, su muerte, alumbró ese recelo
temible y sobrecogedor: la creciente podredumbre del individuo. Cada cual puede
tener los gustos e ideas que apetezca, siempre supeditados a los de quienes se
agrupan bajo el término prójimo. Mal podemos exigir respeto y derechos cuando
carecemos de recíproca respuesta. A mayor vergüenza, dice ser gente defensora
de la dignidad del individuo, del ser vivo; gente rodeada por una aureola de
superioridad moral tan falsa como su propia naturaleza. Pregonan un mundo
mejor, fraterno, pero enseñan una patita sectaria. Me pasma, finalmente, el
umbral perceptivo de quien asegura ser profesor. Pavoneado y diabólico sujeto.
Miserables.
Tras siete meses sin
gobierno real, dos exposiciones de mascarada política y años de miseria
material y moral, seguimos esperando alguna iniciativa sensata, esperanzadora.
Desde el primero al último advierten la urgencia de modelar un gobierno estable
que dé respuesta a las perceptibles incertidumbres existentes en el suelo
patrio. También a aquellas que se otean en el horizonte europeo por un
optimismo alocado junto a falacias endémicas en tiempos de ceguera electoral.
Los expertos gestores de cuentas públicas saben lo difícil que resulta maridar
entusiasmos monetarios con déficit. Sin embargo, víctima de las apariencias,
del escaparate, de la dialéctica fraudulenta, Rajoy se vio obligado a bajar los
impuestos mientras aumentaba el gasto. Como consecuencia, ha disparado el
déficit comprometido y ahora Europa pretende transferirnos al camino correcto
previo pago de dos mil millones de euros. El refranero, obligatoria
enciclopedia popular, recoge tan lamentable escenario: “A perro flaco, todo son
pulgas”.
Pese al peaje, imputable
al PP (el PSOE hubiera obrado igual en parecidas circunstancias), don Mariano ralentiza
al máximo -sin que se oigan voces discrepantes- la constitución del nuevo
gobierno. Pareciera confirmar el tópico: “vísteme despacio que tengo prisa”
pero sin aparentes prioridades cualitativas; así, pura languidez. Ayer, día
trece, pasadas dos semanas del escrutinio, quien debe propiciar los contactos esbozó
modestas ideas generales que examinarán partidos constitucionalistas al objeto
de pactar aquellas medidas que conviniera lograrse en la legislatura. Es decir,
llevamos quince jornadas perdidas y lo que te rondaré morena. Es la prueba
palpable del interés que les despierta el ciudadano, aunque se desgañitan en
afirmar lo contrario. A mí solo me sirven y convencen hechos. Las palabras
suelo relegarlas mientras archivo, metafóricamente hablando, ciertos eslóganes como
arquetipos de cinismo e indignidad.
Hoy, cualquier cadena de
televisión recupera aquel viejo programa Estudio 1 (espléndido nutriente
cultural) centrado en la difusión del teatro. Noticieros, debates e informes
ponen de manifiesto, ahora, las increíbles dotes histriónicas de los
principales líderes políticos. Nadie como ellos interpreta, con excelentes
facultades pero resultado incierto, el papel encomendado por esta democracia
representativa. En ocasiones, dudo si dicho adjetivo implica delegación del
ciudadano o comporta simple vocación dramática, tal vez bufa. Me lleva a ello
mi escepticismo y el carácter polisémico de nuestro rico idioma. Todos saben
qué ocurrirá si fracasa la conformación del gobierno pero prefieren a toda
costa salvaguardar un futuro electoral, más o menos cercano. ¿Por qué afecta
tan poco a Rajoy que el nuevo ejecutivo empiece cuanto antes a reparar parte
del desaguisado atribuido a él mismo? Se regodean en un importuno diálogo de
besugos al tiempo que retardan hincar el diente a esta situación infecta. Huele
y ellos lo notan. Dan muestras claras de querer construir una absurda voluntad
popular. Viejos recuerdos me arrastran al periodo militar -medio siglo
largo-donde abundaban órdenes sin sentido para someternos a irracional
disciplina. ¿Hemos cambiado? Si acaso, poco.
Sánchez presiente que él
no conseguirá gobernar y juzga que Rajoy no puede obtener mayoría absoluta
porque le es imposible apoyarse en los partidos nacionalistas. Asimismo, dice
no querer otras elecciones. ¿Entonces? Sigue, testarudo, erre que erre en su
negativa; contrahecho, perplejo. Mostrenco indica indefinición, imprecisión.
PSOE y Ciudadanos presienten que un gobierno débil, en minoría, acapara un
lastre definitivo para sacar a España del marasmo económico, laboral y
territorial que le amenaza. Cierto que los socialistas han de nadar y guardar
la ropa, más si no descabalgan a Podemos del poder, y Ciudadanos tiene que
andar con pies de plomo. Pese a lo dicho, Ciudadanos debe entrar en el gobierno
poniendo al PP duras y publicadas condiciones. El PSOE, a su vez, se ve
obligado a vender cara su abstención para pasar a una oposición exigente y
constructiva. De esta forma, tales partidos se fortalecerán compartiendo el
éxito que deseamos para España y los españoles. Cualquiera comprende estos
argumentos y la urgencia de tomar decisiones ¿verdad?, pues ellos siguen
sumergidos en la mostrenca vaguedad. Benditos estrategas.
A veces, los tratamientos
tienen un carácter simple, no simplista. Para ello, es preciso abandonar
conductas exclusivas de histriones y mostrencos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario