El orbe católico —rico
también en diversidad menos beligerante, eso creo— lleva un tiempo debatiéndose
entre San Nicolás, Papá Noel, Santa Claus o los Reyes Magos. Mi señora, por
tradición, prefería los Reyes Magos; yo, pragmático, apostaba por Papá Noel. Nuestros
hijos, sagaces ellos, pasaban de dilemas poniendo una vela a Dios y otra al
diablo; es decir, querían regalos los dos días. Decían, con razón, que si les traía
regalos Papá Noel podían jugar todas las Navidades, época familiar clave ya que
ambos éramos profesores. Al final, el ansiado descanso vacacional, no llegaba ni
a ilusa aspiración. Estoy convencido de que aquel periodo, años setenta, se
mantiene imborrable en sus hoy añejos recuerdos. Incluso cuando preparan un
refrigerio colectivo, frecuente, uno de los temas repetidos (con sus hijos testigos)
será sin duda el repaso retrospectivo a las viejas vivencias que, según tengo
entendido, fueron momentos muy felices.
La izquierda patria
—amaestrada al marxismo totalitario por, según todos los indicios, un cesar
antidemócrata— tiene como objetivo, entre otros, erosionar el edificio
monárquico. Sobrevuelan en dicho aserto dos retos: desnaturalizar el sistema
hasta hacerlo irreconocible y cargarse al rey como paso previo (lejos de traer otra
república, que también) para romper el rango jerárquico del ejército. Esperan,
ignoro si inútilmente, quebrar el símbolo que salvaguarda la unidad nacional con
la hipotética perspectiva de aprovechar su división, inclusive debilidad
posterior, y así mantenerse en el poder. Es discutible si Sánchez inició su
dominio de forma legítima porque mentir al elector es corromper la soberanía
popular, por tanto, ilegitimar sus deseos y desenlaces. Donde no cabe duda
posible es en las resoluciones del Tribunal Constitucional sobre los Estados de
Alarma. Su legitimidad podría adquirirla, tras la clara inhabilitación
jurídica, dando voz al ciudadano con nuevas elecciones o dimitir. Lo demás es
afrenta histriónica al pueblo.
Cierto que esta caterva
de aventureros —no solo “sanchistas”— con más ínfulas que discernimiento y
saber, ambicionan (su maldad inherente) suprimir Los Reyes Magos. Olvidan, si
no su propia niñez, a millones de infantes, asimismo padres y abuelos, que
idealizan cada año “la costumbre” de origen cristiano. El entrecomillado deslinda
la gente menuda y mayor que concurre a la tradición sin ningún entusiasmo
religioso. Tampoco monárquico, señalo por si hubiera recelos extraños sobre
otros personajes en fecha tan sorprendente y fabulosa. Sin embargo, este
fundamentalismo ideológico (nueva nomenclatura del nazismo imperante) en un “ni
sí ni no, sino todo lo contrario” diseña unas cabalgatas entre el espanto
sensible y el retortijón emocional. Parejas inclinaciones conforman hábitos de
conducta preocupantes hoy.
Mientras desaparece poco
a poco la festividad de Reyes, al menos con ritual y tenor presentes, voy a
disociar los nombres que constituyen tan multitudinaria remembranza. Me quedo
solo con el vocablo “magos” y los ubicaré en occidente pese a que su hábitat preferido
sea oriente. Tengo razones de peso para acomodarlos (¡ojo con la palabreja!) en
áreas adscritas al vahído infecundo, a la entelequia timadora. Estos “magos”
que vagan —¡cuidado con el término!— por poniente exhiben pelaje diferente,
incluso opuesto, a los protagonistas de las mil y una noches. Nuestros magos
cultivaron igualmente juegos infantiles dotándose de poderes adventicios como
instrumental útil para una vida regalada e inmerecida. ¿Cuántos de ellos
engrosarían las colas del paro si no fuera por esas artes fascinadoras,
falsarias, capaces de seducir a individuos irreflexivos, lerdos?
Sánchez ha convertido un gobierno
mediocre y caótico en la quintaesencia del simulacro. Tezanos, director y guía
espiritual más que saltimbanqui de la prospección político-social, ayuda
extraordinariamente a adormecer cualquier lectura perniciosa, adversa. El resto
de personajillos, ministros e incrustados al sanchismo cual peones peonzas,
dicen y se contradicen en un girar insolente, propagandístico, defraudador. Es
la magia que restauran estos siniestros nigromantes pegados y pagados a hechizos
hediondos. Utilizan de forma antiestética, furtiva, los caudales públicos hipnotizando
a los más con ese abracadabra cabalístico al que denominan “progresía”,
ofrecida en formas y dosis atractivas. La minoría se somete al fascinante
estipendio que convence y enajena al personal crítico, “inquebrantable”. Surge ingenuamente
un séquito selecto de estómagos agradecidos.
El espectador queda
espantado, boquiabierto, no por la pericia del hacedor sino por tan delirante
espectáculo. No es una visión que proceda del asombro, ni de lo inverosímil; trascienden
los disparates, el despropósito. No obstante, queda insólitamente comedido en
su butaca, tal vez inquieto, nervioso, porque va siendo consciente de su
estupidez. ¿Por inacción? Sí, pero sobre todo por tenaz ceguera. Advierte, a
poco, que estos espurios hechiceros son aprendices, bisoños, malhechores. Imitaron
de forma burda la exquisita espiritualidad que exhalan los magos orientales,
sean reyes o no. A la postre (aun siendo
técnicamente tolerables) juego de manos, juego de villanos.
A veces dudo de si las
actuaciones del gobierno pueden considerarse mágicas, hipnóticas o simplemente
milagreras. Desde luego sobrevienen contorsiones específicas de un esoterismo
minoritario, elitista. ¿Qué hipnotismo mancomunado impulsa a Sánchez a
presentar una situación económica ejemplar, envidiable, en toda Europa?
Desparpajo petulante e insolente es el único venero inspirador. Tan mágicas
como cínicas son las palabras de García Page: “Esta crisis nos dice que el camino
es avanzar hacia la igualdad”. Milagrera es la predicción del presidente
asegurando que las elecciones serán en dos mil veintitrés. Incluyo en esta
división milagrera o impostora la encuesta de El País cuya conclusión es que el
PSOE adelanta al PP como gestor de la economía y el empleo.
Por si se pensara que soy
antagónico de la Sexta, siguiendo un talante similar, ahí dejo algunas
pinceladas mágicas de otros figurantes o partidos. Echenique: “Las políticas
millonarias —en referencia a Irene Montero— es porque lo han heredado”.
Podemos, apoyado por Bildu, exige que el CIS (siguiendo la corriente) pregunte
por monarquía y república. ¿Por qué no sondear si Estado Central o Autonómico? Ciudadanos
se ofrece a Sánchez para apoyar la Reforma Laboral, con excusas increíbles, mientras
espera sentir aire en su rostro. Génova y Ayuso teatralizan la unidad del PP en
favor de Mañueco; luego volverán las hostilidades. Ustedes tienen en mente mil
ejemplos que oscurecen, cual plaga bíblica, toda racionalidad política.
Tras los intentos
sinceros, inflexibles, de terminar con los reyes en España; carentes de
sensibilidad mágica, tópica del oriente, queda el efecto cabalístico, impostor,
mísero, de estos magos anodinos, botarates, paridos y “amamantados” —sirva la
doble lectura metafórica— en el ominoso occidente que pisamos. Los magos de
oriente, más si son reyes, traen regalos y capitanean la ilusión; nuestros magos
de occidente, más si son políticos, aportan penuria y acaudillan la farsa.
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