Desde
mis primeros recuerdos, a partir de Nochevieja hasta San Antón (el viejo refrán
declara que “hasta San Antón, Pascuas son”) era costumbre desear a todo el
mundo ¡Feliz Año! La pretensión sintetizaba los mejores y más variados sueños para
quienes eran receptores de tal deseo. Casi todo el mundo interpretaba, al
menos, salud, dinero y amor, en este orden un tanto egoísta. Sin estar
cubiertos por tal práctica consuetudinaria, el desiderátum incluía otros afanes
tácitos referidos a individuos concretos. Es evidente que estas pautas sociales
se hacen en lugares pequeños donde se conocen todos los vecinos. Municipios grandes
o ciudades, reducen dicha costumbre a individuos del propio entorno. Llevo
largo tiempo sin iniciar un nuevo año en mi pueblo, pero las referencias
confirman la inmutabilidad de tan amable tradición.
Creo
que el personal —abrumado por tanta promesa incumplida— empieza a vaciar
instintivamente las mochilas antaño cargadas de optimismo y bonanza. Hoy, pedir
puede pedirse poco porque, al final, existen demasiadas probabilidades de que, pese
a ello, te lo nieguen. Quizás sea reflexión general que gana terreno en nuestra
sociedad temerosa y atemorizada. Pudiera ser, asimismo, una falsa apreciación
mía, pero advierto ahora cierto titubeo, producto inequívoco de la aventura que
conlleva desear a alguien Feliz Año; incluso así, con la boca pequeña. No está
el horno para bollos ni apremios por justos que fueren. Desear en estos tiempos
salud, dinero y amor constituye una prueba inadmisible de miseria moral,
insolidaridad y atentado contra el bienestar colectivo. El ciudadano carga
sobre sus débiles espaldas daños ajenos, pues son comparsas del Gran Teatro.
Nos abruma especialmente esta pandemia tan
fementida desde los primeros compases y por ello reacios a las disposiciones
que han ido apareciendo a lo largo de la misma. El fraude informativo y las
groseras contradicciones entre presuntos expertos, han creado mil suspicacias
provocando no solo confusión sino rechazo a cualquier medida. Primaron
excesivos intereses ideológicos, propagandísticos y financieros, que han
propiciado confinamientos ilegales junto a situaciones extrañas cuyas
consecuencias empiezan a dar la cara. Desear salud en este escenario responde a
un anhelo cuasi milagroso. Según informes de última hora, España ha alcanzado
ocho millones de contagios. Con esta inmunidad natural y la adquirida por las
vacunas, ¿dónde está aquella tan cacareada “de rebaño” si tenemos en cuenta los
contagiados de la sexta ola? ¿Falsedad o broma?
Cuando
se habla de inmunidad, debemos entender “respuesta firme de un organismo a la
acción de antígenos”, no otra cosa que contamine más de cien mil españoles
diarios. Decía Karl Jaspers: “Los actos de Estado son al mismo tiempo actos
personales. De ellos son responsables y han de responder personas singulares”.
Pese a lo expuesto, que es gravísimo, no existe ningún culpable patente al que
imputar tan lastimoso escenario. Sánchez, falaz y cínico, utiliza el gobierno y
la “cogobernanza” como elixir, a conveniencia y mayor gloria del señor
presidente. En este aspecto somos únicos, sin competencia posible; encabezamos,
además, el resto de magnitudes sanitarias dañinas. Las conocidas e
insoportables apariciones que realiza en los medios audiovisuales, suponen
actos de arrogante vacuidad cada vez menos inadvertida. Su naturaleza y
quehacer políticos son totalmente insignificantes, yermos.
Conseguir
un estado saludable, en este principio de año dos mil veintidós, parece
objetivo poco verosímil por no decir imposible. Igualmente, lograr el dinero
que añade nuestro deseo sincero y afectuoso a deudos o amigos, sigue la estela
del logro sanitario. El PIB por persona del año que ha terminado, confirma preeminencia
sobre Portugal, Grecia y países del desaparecido COMECON. El resto de Europa
tiene economías más saneadas que la nuestra. Aún aturden mis oídos aquella
frase infausta pronunciada por un bendito e inepto ingenuo: “Estamos en la
champions league”, sin apreciar el escarnio general incentivado. Quien mangonea
y oprime ahora —tan inepto, al menos, como Zapatero— aparte de llevarnos a la
miseria completa, perfecta si añadimos insumisión y caos moral, esconde una
ruindad de inviable superación. Necesitamos con urgencia cautela y reflejos.
Suponer
que el escollo afecta a todos por igual significa desconocimiento inmenso de la
conducta humana. Imaginemos dispendios injustificados, antojadizos, expresando otra
vez que ficción y veracidad se encuentran en planos distantes, a favor del contumaz
realismo. Nadie sabe a ciencia cierta la magnitud del despilfarro porque se ha
creado una atmósfera político-mediática velada y cómplice con argumentos
estúpidos, espurios. Son tiempos de nepotismo, de prebendas en diferentes
instituciones o empresas públicas. Los excesos contables, el sobrecosto
permanente, seguro que soportan razones prudentes, intachables. Entre tanto,
habitantes de la Palma esperan molestos, amargados, cuantas promesas ofreció
Sánchez en sus cuantiosos viajes. ¡Qué poco conocen el percal!
La
fervorosa terna se completa con el amor como propósito final. Ignoro qué
entenderá el común por amor pues tiene varias formas, expresiones, todas con
sabor excelente. Los hay quienes loan el amor platónico; otros se preguntan
¿por qué hablan de amor cuando quieren decir sexo? Con independencia del
alcance dado al vocablo cuya aquiescencia será general, el momento se muestra
poco propicio para expansiones amatorias. La pandemia retrae, además de
encuentros familiares, reuniones sociales impidiendo conocer al otro. Un
estudio realizado en EEUU (¿cómo no?) asegura que el Covid disminuye el pene en
cuatro centímetros por un efecto colateral. Estos antecedentes nos permiten
afirmar, sin ninguna duda, que ahora las relaciones íntimas “son menos profundas”.
A
medio camino entre el pasmo y la ironía, he perfilado las incógnitas que nos
asaltan en este principio de año con un horizonte intranquilizador en los
ámbitos nacional e internacional. Nosotros tenemos un gobierno tan ayuno de
proyectos como abarrotado de ocurrencias. No quisiera originar dramatismo ni
mayor desasosiego del preciso, pero en los orígenes del totalitarismo se decía:
“La calidad teatral del mundo político se había tornado tan potente que el
teatro podía aparecer como el reinado de la realidad”. Parece referido tal
mismo a la España actual. Echenique da una muestra irrebatible cuando ante el
ingente patrimonio amasado por la ministra de igualdad dice: “El padre de Irene
Montero falleció y le dejó una herencia”. Gran aportación argumental. En el
terreno internacional preocupa la tensión entre Ucrania y Rusia; es decir, OTAN
y Rusia. No olvidamos la hostilidad China-Taiwán
Considero
pertinente, inaplazable, vital, apetecer para todo el mundo un entusiasmado
“Feliz Año”; eso sí, con más anhelo que convicción
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