Sánchez, ese “estadista”
que el azar nos concede cual espécimen excepcional, hace años decidió que
España podría concebirse como una federación asimétrica dentro del Estado
Plurinacional. Quizás anteayer bebiera la pócima destinada al PSC o sintiera un
vahído psicológico que lo apartara del tránsito racional. Sea como fuere, el
mencionado presidente en funciones refuerza su posición y permite pedir a Iceta
una licencia caricaturesca, bochornosa: que el catalán se enseñe en todo el
país. Considero que, a esos extremos de sicopatía, sin darlo por totalmente
inaplicable, no llegue nuestro prócer gobernante, aunque a Pedro le pierde el
embuste no exento de ruindad.
Con los apremios de la
investidura, el campo se ha embarrado más si cabe y nos acercamos con celeridad
al ridículo o a la quiebra del país. Tal vez, el hazmerreír lo hagamos desde
hace tiempo, pero es preferible, o no, (¿quién sabe?) a que salte en pedazos
este statu quo que ha logrado el mayor periodo de paz. Llevamos siglos
batallando con un independentismo asentado en la invención y el egoísmo. Cuando
el vocablo “robar” se convierte en dogma identitario, los demás motivos
conforman refugios grandilocuentes, pero tramposos. Siempre que alguien encubre
la voracidad, personal y colectiva, con postizas virtudes -incluso nutriéndose
de reglas morales sin autentificar- consigue el encono fingido de sus propios
seguidores por una cuita social.
Salvador Illa, secretario
de organización del PSC, ha dicho: “El PSC tiene más de cuarenta años de
Historia y siempre ha defendido que Cataluña es una nación”. El mensaje despide
cierto tufo independentista, y por tanto contrario a la Constitución. Sin
embargo, los líderes del PSOE han ido obviando -con mayor o menor grado de
aceptación- esta realidad que le lleva a nadar entre dos aguas respecto a su
fortaleza preceptiva. No es un caso aislado, pero sí el más grave. PP y
Ciudadanos, en el ámbito autonómico, también muestran cierta querencia a primar
Cataluña de forma insolidaria. Así ha ocurrido con todos los presidentes del
gobierno central, incluyendo casos como el de Zapatero que aprobó un Estatuto
en dos mil seis, corregido luego por el Tribunal Constitucional. Escamotear la
legalidad genera escasos beneficios.
Las elecciones del 10-N,
más allá de declaraciones ampulosas o recatadas (¿quién lo diría?), que de todo
hay, van indicando -a poco que escudriñemos- hipocresía y cinismo a partes
iguales. Un individuo íntegro, armado de sustancia, no pasa de la
descalificación al aprecio en horas. Evidencia poca “chicha”; tal vez ninguna. Tampoco
es creíble un cambio radical en quien no hace tanto decía que “el cielo no se
toma por consenso, sino por asalto”. Tanta sumisión empalaga cuando proviene de
un arrogante acomodado a costa de un histrionismo embaucador, efectivo. Y, pese
a todo, los hemos visto abrazarse con exceso, pletóricos, tras enfundar
aquellas dagas morunas chorreando sangre fresca, faltas de higiene, alma y
concierto. Codicia, obscenidad y apresuramiento, son los argumentos centrales
que rubrican el fondo de la coalición.
Sánchez intuye que el
probable gobierno apoyado por un récord histórico de partidos (desentonada ensalada
ideológica) exhibe demasiados flancos indefensos que le pueden predisponer a un
desenlace gravoso e inesperado. Bastantes periodistas afines -quizás con
intereses espurios, turbios- procuran mantener en pie un catafalco con madera
podrida. Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia, tras escarnecer a
Ciudadanos por el vapuleo electoral mostrando así un talante poco gallardo,
servil, dijo con su habitual solemnidad docta: “Las elecciones las ha ganado el
grupo que ganó la moción de censura”. Solo le faltó, para disuadir cualquier
controversia, “he dicho”. Pero este señor no se encuentra en condiciones de dar
conferencias políticas porque lo impide el pesado lastre maquiavélico, maniqueo,
sectario, que tiene adosado a su entraña periodística, muy probablemente
también a su aliento humano.
De parecido corte
“magistral” se presenta una frase manoseada e indescifrable dicha por
individuos inconexos de la izquierda heterogénea, híbrida: “España necesita un
gobierno progresista”. Proclamar “progresista” al comunismo o a partidos que
hacen de la violencia el único método político eficaz es tan excesivo, tan
ridículo, que solo la falta de criterio social impide una carcajada colectiva.
Del mismo jaez es hablar de un gobierno de izquierdas cuando tiene fuerte
apoyatura en PNV (partido que robustece la derecha elitista vasca), JxCat,
siguiendo a Juliana, (formado por una sólida y vetusta derecha catalana) y ERC
(cuya dirección, pese al sustantivo, no ha tenido relación manifiesta con la izquierda
por ser un partido independentista, republicano y nada proletario).
Ahora, haciendo guiños a
una España plurinacional, Sánchez reconoce el conflicto político en Cataluña y
está dispuesto a iniciar conversaciones bilaterales refrendadas por Podemos y
demás adjuntos. Veamos. Cataluña y País Vasco llevan siglos recibiendo de la
“odiada monarquía” fueros, leyes especiales y privilegios múltiples que les han
permitido industrializarse y vivir económicamente muy por encima del resto.
Franco, en su “inmunda dictadura”, siguió protegiendo ambas regiones mientras fomentaba
una migración enriquecedora, principalmente, para ellas. El centro y periferia
inmediata, abandonados a su suerte, yermos industrialmente, producía la materia
prima; es decir, generaba miseria. Es inadmisible que partidos que se dicen defensores
del bienestar general, sigan ahondando las diferencias que acarrearía un país
plurinacional desdeñando la solidaridad de una nación indivisible. ¿Qué hacemos
con Andalucía, Extremadura, las dos Castillas, Murcia, Aragón y otras
Comunidades? Esas sociedades deben despertar.
El PSOE, por omisión o
silencio, suscribe la existencia de presos políticos en nuestra democracia.
Hablan de diálogo con el independentismo, pero saben que es la fórmula
lingüística que encubre nuevas concesiones en pos de sus objetivos finales. No
cambian de estrategia ni aspiran a mostrar mesura, creen llegado su momento
histórico, conocen la debilidad de Sánchez, y van a por todas. Digan lo que
digan unos y otros, solo hay dos salidas: Independencia o terceras elecciones.
Habrá independencia porque los medios preparan el terreno sibilinamente y el
partido constituye un muro donde el único eco que lo esquiva procede de un
silencio atroz. Cristina Almeida, otra que quiere el cambio de régimen, temerosa
y concienciada, para no levantar inquietudes, protestas -ahora que la sociedad
está dormida- dijo: “No creo que sea el momento de hablar de concesiones”, Procedamos,
perecen decir, sin hacer ruido.
En suma, los partidos perdedores
de la guerra civil quieren ganarla ochenta años después (jamás aceptaron la
derrota, que fue en puridad del comunismo) trayendo la Tercera República y
manteniendo el Frente Popular. Distinto es que lo consigan dentro de esta
Europa, pero lo van a intentar. Gestos ya se han realizado y aún quedan por
venir. Los bloques se han ido construyendo minuciosamente para romper la unidad
social y el Estado. Todo bien planificado. ¿Habrá implícito a medio plazo algo
con más entidad?
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