Por la tierra que me vio nacer, hace ya casi ocho decenios,
el huevo -en su más amplia acepción- poseía un peso específico, sugestivo y
estimado, en expresiones que adornaban el talante campechano, expansivo, de sus
gentes. Dos frases destacaban, (espero que aún lo hagan) en aquellos lejanos
tiempos. “No sabe dónde poner el huevo” sugería, a guisa de chanza, indecisión de
quienes alimentaban día a día sus vacilaciones continuas. Eran personas sin gancho
y con escaso crédito. “Ha puesto el huevo” proclamaba, inclemente, graves
errores en quien había optado por un camino equivocado. El protagonista, aquí,
quedaba hecho un cristo con epítetos del tipo: necio, estúpido, botarate. Actualmente
se le hubiera llamado gilipollas.
Tras esta introducción, quiero consolidar el célebre -además
de enrevesado y siempre incógnito- interrogante: ¿Qué fue primero, el huevo a o
la gallina? Todavía estoy esperando un argumento que valide o invalide
cualquier respuesta. Es la pregunta tonta que suele hacer el listillo de turno
para tocar las narices. Solo en ocasiones especiales libra esa carga ridícula y
aporta un interés casi desmedido en colocarla dentro del núcleo social. Hay
coyunturas que precisan herramientas inverosímiles para situar enigmas de
imposible, o improbable, enfoque. Ignoro si el método serviría en toda ocasión
y tiempo. Seguramente no, dados los tejemanejes que pueden aparecer sin
necesidad de habilitar tramas u obsesiones esotéricas.
Ahora mismo ha dejado de ser (como suele decirse) la pregunta
del millón para convertirse en interpelación al ejecutivo, más concretamente a
Sánchez. ¿Por qué no se formó gobierno tras las elecciones del 28-A? Resultados
solo hubo uno: Seis meses después no había germinado ninguna autoridad evidente.
Alegatos, demasiados: Que PP y Ciudadanos bloquearon toda posibilidad; que Podemos
exigía demasiado y no eran de fiar; que Iglesias era el problema insoluble; que
luego Podemos (sin Iglesias) se negó en julio; que en septiembre Podemos aceptaba
la propuesta de julio, pero Sánchez no les dio posibilidad. En fin, una verdadera
yenka política. La verdad es que el gurú del presidente en funciones le
aseguraba, al compás de Tezanos, que las nuevas elecciones le darían ciento
cincuenta diputados. Luego obtuvo ciento veinte y así nos va, que “ni se muere
la abuela ni cenamos”.
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¡Qué más da que el
inicio sea huevo o gallina! Cierto que Ciudadanos anunció desde el principio reprobar
la investidura, pero Sánchez se echó en brazos de Podemos para constituir un “gobierno
progresista” y no ofreció a Rivera ninguna probabilidad de pactar un gobierno
de coalición; por cierto, el único estable y con mayoría absoluta. Pedro, rechazó
el pájaro que tenía en la mano y prefirió disponer de ciento volando. Falto de
humildad, ante la expresada negativa de Rivera, sacó su ego al sol ahogando todo
intento de acuerdo que hubiera beneficiado a PSOE y a Ciudadanos. Al presente,
humillado permanentemente él, el PSOE y España (su orden de prioridades), será
presidente cuando trece diputados de ERC apetezcan.
Creo que, de acuerdo con aquella frase del primer párrafo, Sánchez
“ha puesto el huevo”. Sé también que, a futuro, certidumbre y adivinación dejan
de ser algo insólito, pero (sin pecar de vanidoso) yo, al menos, vislumbraba azaroso
aquel famoso gobierno “de progreso”. Hoy, la composición extraña de la Cámara y
diez diputados menos entre PSOE y UP, el forzoso apoyo de ERC deja demasiados
pelos en la gatera. De ser este partido casi despreciativo se ha convertido en fundamental,
y tal situación conlleva un peaje caro, inasumible. Aquí nace la razón por la
que líderes antañones de la ortodoxia socialdemócrata y algunos barones actuales
empiezan a exigir una vuelta a los patrones que permitieron aquellos rentables
Pactos de la Moncloa. Otras elecciones empiezan a tomar cuerpo porque a los
independentistas -tanto a nivel autonómico como nacional y a medio plazo- no
les vendría mal un hipotético gobierno del PP.
Sánchez -extasiado, impermeable, cautivo por una ambición delirante,
paranoica- conforma la gallina posterior al huevo. Perdida toda cordura, consiente
conceptos, actitudes y hechos impropios de un presidente juicioso (aunque sea
en funciones). Desde luego, el discurso de ayer -hace semanas- queda fementido,
maloliente, por las informaciones que se desprenden de unas conversaciones
oscuras y oscurantistas. De crítica a firme trinchera, podría definirse su incoherente
talante en la oposición y en el gobierno. Apenas trasluce alguna reseña de las
conversaciones con ERC. Antes clamaba transparencia, negro sobre blanco; ahora,
únicamente permite negro sobre negro. Primero, Cataluña tenía un problema de orden
público y convivencia social. Luego, se concluye que es un conflicto político.
Los conceptos, las percepciones, pueden herir mortalmente la realidad. Al
fingir, también.
El rumbo que marca el presidente en lo que le atañe
específicamente y en lo que le indican diferentes asuntos aleatorios, fruto de propagandas
orquestadas, lleva sin remedio a ninguna parte. Fachada con poco o ningún elemento
arquitectónico más, constituye un llamativo esqueleto presto a su demolición
por pragmatismo estratégico. Sánchez, desde el minuto uno (llevado por no sé qué
proyectos o fantasías) renunció al bipartidismo probo y vigoroso entre PSOE, PP
y Ciudadanos, cada cual en el papel que a priori le fuera otorgado
electoralmente. Se decantó por quebrar cualquier consenso constitucionalista reavivando,
al tiempo, el Frente Popular con la extrema izquierda y el independentismo.
Ahora, poco a poco, advierte el enorme error cometido -complejo y de difícil salida-
debido a inoportunas agitaciones partidarias, nacionales y europeas.
Sí, España avanza en sentido negativo. Mientras los países de
nuestro entorno procuran remediar los problemas actuales, bastante desdibujados,
nosotros nos encaminamos a la primera mitad del siglo XX. Mantenemos siglos de
retraso y, tercos, seguimos aplazando la llama renovadora. Permítanme una
digresión. Meritxell Batet, leyó días atrás en el Parlamento: “Su Majestad el
Rey propone como candidato a presidir el gobierno al excelentísimo señor don Pedro
Sánchez Pérez-Castejón”. Deseo precisar que el protocolo político acostumbra a dejar
sin contenido vocablos que la lingüística ennoblece en toda su egregia extensión.
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