La RAE, en su acepción
primera, define chalán así: “Que trata en compras y ventas, especialmente de
caballos u otras bestias, y tiene para ello maña y persuasiva”. Tales palabras resultan
esclarecidas por dos rasgos. Primero, puede advertirse un matiz peyorativo al
trascender cierto efluvio pícaro, embustero, estafador. Segundo (y más velado,
aunque intuitivo), ese acierto -semánticamente a trasmano- de que porfía con
bestias. Encontramos aquí, alrededor de dicho sustantivo, a quien despliega
parecido quehacer y conducta: el político. Parecen hechos a medida, porque para
desempeñar ambos oficios se necesitan requisitos especiales, tremendos, ajenos
a la gran mayoría de gente convencional. Pido disculpas a los chalanes por tan
injuriosa comparativa, pero el contexto era propicio, me venía al pelo.
A partir de ahora,
cualquier renglón apuntará básicamente a los políticos, colectivo que, en
España al menos, suspende; es decir, necesita corregir, optimizar, lo que ellos
llaman sin recato servicio al ciudadano. Sería injusto e inexacto no urgir
también a nuestra sociedad a que extreme, como mínimo, reflexión y cordura.
Nunca hay un solo culpable cuando la coyuntura, fruto de interacciones
personales o grupales, presenta una cara favorable e incluso espeluznante. Un
proverbio árabe asegura: “La primera vez que me engañes, será culpa tuya. La
segunda será culpa mía”. No puede refutarse nada a tan sabio precepto, solo el
hecho de su rechazo u observancia. Personas vinculadas a mi entorno amistoso-familiar
dicen observar con alivio cambios casi imperceptibles, pero esperanzadores, en
esa credulidad ancestral, enojosa, nociva. Las peculiaridades cotidianas, necedad,
fatalismo y sinrazón, específicamente en campañas electorales, me llevan a la
duda frecuente, ingrata.
El chalán -ese individuo
que encubre el discurso prudente, juicioso, tras una retórica desaprensiva- no
tiene que ser necesariamente emanación vital, ineludible, de una inmanencia proverbial.
Inclusive, a veces, construye vencido por avideces crematísticas esa
herramienta infernal que le lleva a pervertir cualquier actividad. El chalan
constituye, en términos generales, una especie corruptora porque conduce voluntades
a un destino personal y social incierto, destructivo. Primero, y es su mecánica
inicial abiertamente, contamina el lenguaje para desorientar al posible
comprador o usuario. Luego sacrifica reglas y desazones para conquistar un
éxito que le suele satisfacer en cuanto a rentabilidad material, pero huérfano
de gratificaciones éticas y estéticas envicia al personal relamiéndose envilecido
con ese sabor repugnante. Conforma el desquite que las sociedades sin rigor
crítico, estúpidas, se cobran para compensar su inmoralidad.
Sí, todos los políticos pecan -en mayor o menor grado- de chalanes. La génesis
se debe al ínclito Zapatero. Aquellas nefastas “Ley de Memoria Histórica” e
innecesaria “Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia
de Género”, que despreciaba la equitativa “Ley Orgánica de Medidas Concretas en
Materia de Seguridad Ciudadana, Violencia Doméstica e Integración Social de los
Extranjeros”, trajo no ya la controversia sino el enfrentamiento entre los
bandos de la Guerra Civil y entre hombres y mujeres. Vestir a unos santos
mientras se desnuda a otros, además de despótico e inmoral, origina peligrosas
frustraciones. Solo la corrección política y el chalaneo de los medios, que han
irrumpido censores, inmoderados, en la vorágine, permiten lecturas
complacientes de ambos terremotos nacidos, al amparo de la inepcia, para
satisfacción de dos lobbies con intereses espurios: republicano extemporáneo y
feminista.
Ignoro si llega a
pandemia, pero estoy convencido de que el chalaneo es una delicada epidemia
nacional extensible a varios rangos del poder. Siempre, desde el espacio
librecambista, las relaciones de compra-venta se gestionaron a través de
diversas reglas o leyes exclusivamente economicistas. Sin embargo, dicho esto,
en política y áreas próximas (campos especiales de aquella interacción) el
chalaneo domina el método u ordenanzas que rigen tales vínculos. Hoy se ha
llegado a tal punto que existen auténticos peritos en el arte de la engañifa,
del timo social. Una sentencia popular clarificadora desenmascara todo
artificio, eso que se da en llamar realidad virtual: “Oradores vanos, mucha
paja y poco grano”. Necesitamos no ya horas de observancia sino mente crítica
para contrarrestar los efectos perniciosos aparejados al regate semántico. Me
abstengo de examinar las inquietudes de servicio que dicen ofrecer vacuamente unos
y otros, pero siempre a un precio abusivo.
Confirmo que, siendo una
plaga generalizada, la izquierda se atribuye con éxito el modo agitación y
propaganda para conquistar el poder. Sánchez consigue hoy por hoy un récord meritorio
en retorcer hasta el paroxismo el discurso de por sí sumamente pueril,
jactancioso e impostado. ¿Legitima la farsa cualquier acción posterior consecuencia,
probable, de ella? No, nunca. De aquel lejano eslogan “España no merece un
gobierno que mienta” hemos pasado a un presidente insólito (para algunos, ocupa
y, para todos, en funciones), fulero donde los haya. Su última campaña
electoral se afianzó sobre compromisos inquebrantables. Él jamás pactaría con
Podemos, independentistas ni Bildu. Qué hace, pues, Carmen Calvo perorando: “El
gobierno se forma con los datos de las urnas” ¿De qué urnas habla, señora, de los
votos adjudicados a Pedro Sánchez o, tal vez, de los conseguidos por el
presidente en funciones? Esa naturaleza bina que la “vice” se sacó de la manga
tiempo ha, puede salvar la legitimidad ética del 10-N y maridajes posteriores.
Ayer, el Tribunal de
Justicia de la Unión Europea dictaminó una resolución sobre la inmunidad de Junqueras
que proyecta el chalaneo del poder legislativo. ¿Puede explicarme alguien por
qué los diputados han de ser inmunes fuera de su estricta actividad parlamentaria?
Si el respectivo órgano no concediera el suplicatorio, tal privilegio se convertiría
de hecho en impunidad coyuntural o definitiva. Cualquier constitución democrática
basa su legitimidad en la igualdad de derechos y deberes. ¿Cómo puede
entenderse que la voluntad de unos pocos expresada en las urnas preceda al
sentido común y a la Constitución aprobada por cada sociedad? Además, en este
caso, había procesos abiertos con anterioridad a la condición de eurodiputados
ya que la instrucción empezó en octubre de dos mil diecisiete y la fase del
juicio oral a principios de dos mil diecinueve; por tanto, de facto, se estaría
aplicando (a destiempo) una inmunidad perversa, ad hoc. Cierto, no soy experto
en leyes; aun así, ni los propios magistrados se ponen de acuerdo a la hora de desentrañar
dicha resolución. Soberanía y democracia son términos demasiado serios para aventurarse
en laberintos que puedan resquebrajar el bien a proteger.
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