Lejos de vericuetos filosóficos
entre universalismo abstracto y concreto, entre aspecto declarativo y redención
personal, el papa Francisco ha resquebrajado la sustancia eclesial. En efecto, un
indicador fundamental de la eclesiología es precisamente su carácter universal.
Joan Planellas, párroco independentista de Jafre, ha sido nombrado arzobispo de
Tarragona. Parece deducirse de este singular nombramiento el celo papal por legitimar
(blanquear en el léxico posmoderno) las ansias independentistas de una parte
del catolicismo español. No obstante, tal sanción implica una profunda raja, un
abismo, abierto en la universalidad ancestral de la Iglesia. Estoy convencido,
o casi, de que -por desconocimiento- el papa ha suscitado un resquicio cuyas
consecuencias están todavía por dilucidar. No cabe duda, eso sí, de su adverso
proceder.
Por adherencia consuetudinaria,
el universalismo es la vocación de cualquier ideología dogmática. Digo vocación
y no característica porque esta sería realidad inexistente, ya que su objetivo
tiende a conseguir idénticos “talentos” para todos los individuos y eso es ontológicamente
imposible más allá de su formulación. Principios o estereotipos dogmáticos solo
conseguiremos distinguirlos en doctrinas religiosas, como hemos expuesto, y en
idearios políticos, más o menos juiciosos. Pese al universalismo proclamado por
Marx (proletarios del mundo, uníos), hoy el ámbito del trabajo -clase media-
vive con extrañeza, con decepción, el soporte que el independentismo
excluyente, insolidario, antiuniversalista, recibe del comunismo “activo, ejemplar,
progresista”. Ningún partido que, de forma tácita o expresa, quiebre las entelequias
marxistas (según Aristóteles la entelequia completa y perfecciona toda
actividad) puede considerar su ejecutoria afín a la esencia del sistema.
La izquierda extrema española también,
y por ello, ha perdido el referente. Esa transversalidad que tanto ensalza para
difuminar (en ocasiones) un pasado más que nebuloso, le obliga a dar bandazos y
a transgredir fundamentos que debieran ser inamovibles. El mayor problema es
que ha vivido siempre de espaldas a la realidad. Por este motivo, ahora
pretende descubrir caminos menos ortodoxos, pero que conduzcan a otro lugar
común: recuperar una superioridad moral tan pomposa como cínica. No necesitábamos
ninguna constatación porque la Historia se muestra terca en destapar esa
superchería. Sin embargo, tenemos diferentes escenarios donde es imposible
disimular cuanta miseria, tiranía y corrupción, encierran las diferentes siglas
que sintetizan el neocomunismo. Etiquetaje político, tal vez recurso vejatorio,
ignominioso, constituye la huella que arrastra toda divergencia. Universalismo ambiguo,
volátil y tribalismo competitivo conforman el eje político subsiguiente a la
Revolución Francesa.
Si concedemos al llamado siglo de
las luces la gestación, el trazo inequívoco, de cualquier doctrina política, convendremos
sin factible discrepancia que hoy es el siglo de las sombras y, por tanto, de
una insolvencia política desgarradora. Desconozco si sería absurdo, o simple
pérdida de tiempo, analizar la evolución doctrinal desde las dos últimas
centurias derrochando, quizás pareciéndolo, arrebatadas querencias. Temo que
esa relatividad ocupa, sorpresiva, ha invadido y mancillado el mundo inmaterial
legando una sociedad en crisis permanente. Esta mañana, escuchando la radio, he
oído una frase certera, sumaria, referida al ascenso de determinados políticos.
Decía: “Que Colau sea alcaldesa de Barcelona, y pueda repetir en el cargo,
muestra lo reñido de la sociedad con la excelencia”.
Pese a lo escrito sobre Iglesia e
izquierda, en su amplio contenido, la derecha -mucho menos dogmática- observa parecidos
indicadores potenciando una fragmentación usurera, onerosa. Vemos, con
alarmante inquietud, cómo los partidos adscritos a la derecha mantienen no solo
una escisión perdedora, sino la particular rivalidad entre ellos para ver quien
protagoniza el papel opositor. Semejante marco agrega, confirma, legítimas
apreciaciones de que espurios pruritos personales venden el bienestar colectivo
por un plato de lentejas. Los experimentos sociales, esa tentación de controlar
dinámicas grupales con objetivos políticos, unas veces dan alegrías y otras,
sinsabores cuando no respuestas catastróficas. Rajoy, un registrador metido a
científico, enraizó a Podemos para debilitar al PSOE. Al tiempo, este permitió
el alumbramiento de Ciudadanos y Vox. No hay mayor necio que quien tira cantos
a su tejado.
La derecha, aun fragmentada, es
menos estúpida que la izquierda en términos generales, pero el hándicap lo
supera ganándole en maldad. Medios y prohombres del PSOE repiten con tono sombrío
la deriva derechista de PP y Ciudadanos cuando pretenden pactar con Vox. Ignoro
qué razón lleva a Casado a no explicitar él y todos sus conmilitones, de forma
reiterativa, por qué el PSOE puede pactar con Podemos, partido de extrema izquierda,
sin que aquel resulte afectado por dicho extremismo y PP y Ciudadanos, si
pactan con Vox, constituyan partidos afines a la extrema derecha cuando solo serían
socios de un partido alejado de cualquier connotación extremista o terrible
para la sociedad. Vox, ni es nazismo ni fascismo agresor, conforma una
ultraderecha constitucional -por muchos voceros que afirmen lo contrario- a la
vez que exponen tesis que algunos “espabilados” se han encargado de
distorsionar, aunque haya muchos ciudadanos que las aprueben.
Repito, el tactismo de aumentar
la oferta ideológica para desgastar al rival -junto al latrocinio inmoderado-
ha permitido el total desmantelamiento del bipartidismo. Ciudadanos, Podemos y
Vox, son su consecuencia y ahora, rota la universalidad y mecidos por la fragmentación,
pechan apesadumbrados, indecisos, hasta incrédulos, con una situación novedosa,
sin asistencias empíricas. Cualquier yerro significaría no ya la perdida privativa
del poder sino un finiquito concursal para todo el partido. Indaguen, si no, los
problemas que empiezan a surgir en Andalucía por un quítame allá esas
etiquetas. De igual manera, el esforzado presidente en funciones no sabe si fenecer
por inanición o indispuesto a causa del brebaje adobado en el laboratorio podemita.
Apresurarse, cantar victoria antes
de dominar orquesta y coro, trae consecuencias inesperadas, desesperantes. Mitad
fanático, mitad receloso por engaños pretéritos, Iglesias puede desequilibrar
un statu quo determinado si no obtiene lo que quiere, porque a él, igual que a
Sánchez, España y los españoles le importan medio comino. Malo si lo acompaña,
tal vez peor si no lo hace. El dogma (religioso y político) ha desgarrado el
universalismo y su fragmentación conlleva un peaje todavía sin calcular.
Veremos.
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