El principio de causalidad confirma que todo efecto tiene una
o varias causas. Confucio, a este fin, afirmó: “un pueblo que no conoce su
Historia está condenado a repetirla”. Ahora mismo, la coyuntura en que nos
encontramos -nada novedosa, por cierto, y de ahí su particular gravedad- se ha
repetido dos veces en este país. Si el alcance no ofrece duda alguna, señalar las
causas se presenta enmarañado. Cualquier realidad es multifacética y, por ende,
compleja. Ahondar en “la razón suficiente” para describir un evento, los
pormenores, su comprensibilidad, implicaría abrir paso a un laberinto insondable.
Allá por el año mil ochocientos setenta y tres se instauró la Primera República
que (en nueve meses) aparte de cuatro presidentes, parió el cantonalismo en
varias ciudades y que ha tenido continuidad durante la Segunda República. Hoy
queda un poso romántico, testimonial, con Tabarnia, Valle de Arán o el Bierzo.
No admite discusión que cualquier periodo democrático
anterior al actual terminara en breve tiempo. La primigenia oportunidad
concluyó por falta de acuerdo, por desmayo, entre un federalismo pactista y
otro intransigente. Aun suponiendo responsables a varios actores, es
inobjetable el infausto papel de aquellos políticos que encabezaron la Primera
República. Al menos, y ese fue su éxito, apenas hubo derramamiento de sangre
para sofocar las distintas rebeliones. Quiebra devastadora trajo, a poco, la
Segunda República. Tras Primo de Rivera, una dictadura de la que nadie habla (probablemente
porque UGT fuera fiel colaboradora), y unas elecciones municipales, cuanto
menos atípicas, fue proclamada en mil novecientos treinta y uno la Segunda
República.
Cinco años después de aquel entusiasmo general, explosivo, el
sistema se fue deteriorando dando lugar a episodios terribles como Casas Viejas
o la sublevación de Cataluña y Asturias. Estos y otros hechos luctuosos,
provocaron el enfrentamiento paulatino entre derechas e izquierdas sin aclarar
convenientemente qué fue primero, el huevo o la gallina; es decir, quién empezó.
Sea como fuere, la Guerra Civil desencadenada provocó un número indeterminado
de muertos; contándose, eso sí, varios centenares de miles. ¿Quién fue
responsable? Por mucha imparcialidad con que se fragüe el análisis, es
imposible adoptar una conclusión válida para todos los contendientes. Es indiscutible,
sin embargo, el ahogamiento apresurado del intento democrático y la larga
dictadura de Franco, al que no se le pueden imputar todos los estragos. Cada
vez estoy más convencido de que España fue una pieza fundamental, un instrumento,
en el tablero geoestratégico europeo y mundial.
Se dice que ahora mismo resurge un nuevo episodio de guerra
fría, entre Rusia y Estados Unidos, cuyo marco de pugna es el mar Caribe. Este
desplazamiento del conflicto no significa, en modo alguno, que otras áreas
hayan perdido su influencia geoestratégica. Nuestro país sigue teniendo un
papel sustantivo, de primer orden. Resulta extraño, por decir algo
tranquilizador, que sean Venezuela e Irán -países amigos de Rusia- quienes
presuntamente hayan financiado a cierto partido español con oscuros objetivos.
Asuntos tan turbios e importantes no pasan porque sí; al fondo, siempre emerge
una mano que mece la cuna. Mi escasa fe en los políticos se desmorona al
aproximarme a los dogmáticos, a quienes desean conseguir el cielo sin asentar
bases sólidas en la tierra. Alarmante.
Concluidas las elecciones, uno queda aturdido cuando profundiza
en la máxima escolástica: “Nada hay en el intelecto que no haya estado antes en
los sentidos”. Si después de diez meses de percepciones continuas, aún se
ignora el valor real de “progre”, “gobierno progresista” y la gente vota a este
mentiroso patológico, un inepto en toda regla, solo caben dos respuestas. O no
se aplica la máxima escolástica o apabulla esa otra: “El pueblo es la bestia
aparejada sobre la cual cabalga el más audaz”, dicha por alguien libre, sin
ataduras. Un sanchismo desatado, disoluto, parece haber obtenido la gloria definitiva.
No obstante, su pírrico resultado, su absoluta necesidad de pactar con partidos
extremos, le augura una legislatura inestable que pronostico corta, bien por
soledad ya por seguir iniciativas económicas inviables. Preveo un gobierno
inane, propagandístico.
Este ejecutivo -sin abandonar la mediocridad- realiza
manifestaciones que causan vergüenza ajena. Borrell, presuntamente el único
cerebro, lleva una racha insólita. Cuando nuestra embajada en Venezuela se vio
rodeada por la policía de Maduro, un notorio intento coactivo, dijo: “Veo
lógico que haya policía del régimen fuera, sería raro que no la hubiera”. ¿Qué,
señor Borrell, que desde su otero nos ve al resto idiotas perdidos? La señora
Calvo es un caso especial, imposible examinarlo en el corto espacio del artículo.
Sánchez, vocacionalmente falaz, viene anunciando (por boca de sus ministros)
subida de impuestos solo a los ricos. Expongo a continuación datos que
demuestran lo contrario. En mayo de dos mil doce, el barril de petróleo alcanzó
su mayor precio, ciento ocho dólares, mientras el litro de gasoil costaba uno
treinta y nueve euros. Hoy el barril cuesta setenta y tres dólares y el litro
de gasoil uno veintinueve euros. Es decir, mientras el precio del crudo ha
bajado un treintaidós coma cuatro por ciento, el precio del gasoil lo ha hecho
en un siete coma catorce por ciento. Estos datos implican una subida bestial al
impuesto de los carburantes. Prueba palmaria de la farsa, salvo que la clase proletaria/media
sea potentada.
El inquilino de Villatinaja pide lastimosamente entrar en el
gobierno a fin de ocultar su desbarajuste electoral. Pedro, lo engañará una vez
más y le permitirá gozar de puestos ínfimos -sin sustancia ni poder para transformar
nada- a cambio de su lealtad. Hasta pudiera ser que, dada la egolatría de que
ambos hacen gala, no lleguen a ningún acuerdo. Sería la única opción de que los
españoles pudiéramos respirar con cierta tranquilidad. El sanchismo, reducto
actual del PSOE, no es socialdemócrata, ni moderado; carece de parangón en Europa.
Tampoco es marxista, acaso algo populista; conforma una caterva de individuos
sin más objetivos que detentar el poder. Espero su desaparición rápida y
definitiva. Nosotros, estúpidos, hemos empezado un camino hacia el precipicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario