Acontecimientos llevados
a cabo en fechas recientes, consagran la prueba efectiva, incontestable, de que
entre todos han enterrado la ideología. Lejos de ser una novedad, el desahucio,
los síntomas letales, vienen de lejos. Pudiéramos aventurar que durante la
segunda legislatura de Felipe González se inician los pasos para desembocar en
este escenario repleto de pragmatismo desertor. Von Mises había declarado: “Nadie
puede escapar a la influencia de una ideología dominante”. Su convencimiento no
entrañaba tener abierta ninguna vía de comunicación, ni predecir qué mente debiera
desarrollar los fundamentos del extraño siglo XXI. Simplemente su vaticinio
chocó con intereses personales (aun partidarios) fraudulentos y con dinámicas
sociales enfrentadas a modos o cauces lógicos.
Comenzó Gran Bretaña impelida
por un referéndum -que David Cameron, presidente inglés, calculó fatalmente-
sobre continuar o salir de la UE. El denominado brexit lo aprobaron, en dos mil
dieciséis, grupos políticos y sociales variopintos, transversales, sin
ideología concreta. Dicho país abandonó una Europa de la que jamás se sintió
parte activa. Sus prioridades se acercaban a naciones atlánticas. Triunfó la praxis,
asida a un insensato romanticismo, sobre soberanía e inciertos intereses
económicos. Luego, tras los primeros sopores veraniegos, advirtieron que no
suelen casar realidades y quimeras, bienestar a cambio de un laberinto confuso
e inútil. Viven las consecuencias inmediatas de quebrar principios doctrinales
sin asegurarse a qué leyes debiera someterse el sistema suplente. Fueron víctimas
del acomodo histórico apadrinado por EEUU.
Alemania vino a
corroborar, a la chita callando, lo arcaico que resulta marcar límites entre conservadurismo
y socialdemocracia, ambos centenarios. Así, borraron inobservables matices y consensuaron
un gobierno capaz de instaurar ilusión en tiempos sombríos. No siempre amalgamar
doctrinas diferentes o -viceversa- disociar las próximas, surten efectos opulentos
o desastrosos. La estrategia alemana tiene visos de obtener buenos resultados
económicos, sociales e institucionales. Incluso pudiera llevar aparejada aquella
típica excepción que confirma toda regla, pero la realidad se impone con tino o
sin él. Hayek y Keynes tienen en común mucho más de lo que sus acólitos
hermeneutas pretenden divergir. Economía de mercado y social las separan tenues
hilos, indistintos, porque aquella es social y esta facultativa.
Italia -con sorprendente maridaje,
superada la segunda Contienda Mundial y la Guerra Fría- marca una línea de imposible
superación. Unir ultraderecha y ultraizquierda, pese al tópico “los extremos se
tocan”, tiene más de prodigio que de magnificencia. Falta ver si el experimento
saldrá bien o mal. Creo que morirá tierno porque los extremismos ya tuvieron su
época de gloria; gloria que ocasionó demasiados millones de muertos. Nadie
niega la destreza con que los pueblos mediterráneos hacen virtud de la
necesidad, pero dudo razonablemente del éxito en esta ocasión. Debemos ponderar
también cuánta experiencia encierra la Historia sobre estos países invasores e invadidos.
El mar, durante siglos, ha sido venero de adaptabilidad entre culturas
distantes, aun opuestas. Enemigos viscerales tuvieron que asociarse para luchar
juntos contra el azar, enemigo común e irreconciliable.
Grecia ha sido siempre el
puente euroasiático y ese vínculo entraña un plus de virtuosa fraternidad,
incluso con antagonistas tenaces. España, asimismo, mantiene parecido menester
como frontera euroafricana. Ello les ha llevado a una idiosincrasia especial.
Aquella, hace tiempo, rompió los moldes democráticos para imbricarse con un
populismo grotesco. Se le acabó el amor democrático de tanto usarlo. Conforma el
cuenco donde beben el hastío provocado por ideologías impostadas e impostoras.
Al final será una bebida tóxica, abominada. En España, la crisis significó la desaparición
momentánea del bipartidismo que había ocupado todo el poder desde que se
iniciara la Transición. Cedieron demasiado a nacionalismos, independentistas revividos,
y ahora pagamos los intereses contraídos.
Nosotros, Portugal,
España, Italia y Grecia, hemos sido cautivos no ya de ideas, que también, sino
de gentes que hacían ondear sus blasones sobre cabezas cercanas al patíbulo.
Las ideologías, entonces, provocaban una muerte bochornosa. Tras mil
vicisitudes, aparecieron doctrinas que levantaron esperanzas con escaso
fundamento. Se asentaron sobre dictaduras y muerte. Las respectivas sociedades cobijaron
ilusiones desmedidas porque, a poco, fueron confundiéndose y el individuo fue
introducido en laberintos sin escapatoria. Parece increíble que países con referencias
imperiales terminen víctimas de su propio amorfismo. ¿Qué fue de aquel impulso
colonizador, didáctico, religioso, en ocasiones incomprendido? ¿Cómo hemos
llegado a ser PIGS, ese epíteto ganado a pulso por nuestras débiles finanzas,
cuando en tiempos seculares éramos la envidia del mundo?
El ascenso de Pedro
Sánchez a la presidencia del gobierno, configura el ejemplo lapidario de la
orfandad ideológica. Palabras, promesas, compromisos y principios, se han
esfumado por sumideros con ornato dorado. Sí, el oro -real o metafórico- ha
sido el adhesivo potente capaz de aunar tan dispares concepciones. Mezcla desigual,
divergente, para conjugar en tiempos de reflexión, de firmeza, de coherencia. Ya
lo aseveraba Ortega al ocaso de los años veinte del pasado siglo: “La
muchedumbre, de pronto, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad.
Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social,
ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no
hay protagonistas: solo hay coro”.
Sánchez ha confeccionado
un ejecutivo atractivo, casi excelente en varios ministerios. Dicha ventura permite
a comunicadores adversarios (a priori) loar su inteligencia. Dicen que
conseguir la secretaría general y posteriormente el gobierno es prueba sobrada.
Recuerdo a aquellos que hayan caído en impía adicción, a un Zapatero incluso apoyado
por las urnas. Digo, confundir inteligencia con habilidad, engaño, vileza,
junto a otros distintivos de parecido jaez, es impropio de ojos clínicos. Las
aguas doctrinales vienen sucias, infectas, no aptas para el consumo. Ignoro si
el personal timado, bien coautores de su inesperado ascenso bien individuos o
colectivos específicos, le obligará a disolver las Cámaras y convocar
elecciones anticipadas de forma inminente. A espera de eventualidades, los
nombramientos -más que conformar el gobierno deseable- constituye un eslogan
electoral oculto tras astuto artificio.
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