“Que sepan hoy los
indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona”. Desde
ayer, esta frase encierra no solo la carga didáctica del precepto sino el
símbolo estricto, asimismo protocolo democrático imaginativo, entre sociedad docta
y política. Hubo verdadera pugna en denominar éticos, estilos tan postizos como
su vana y aparente sobriedad. Reivindicaban al tiempo una dignidad semántica, etérea,
sin sustancia. Casi todos la utilizaron sin mirarle la cara para no quedar
expuestos a sacudidas innobles. Vimos, estupefactos, derroches de puro histrionismo,
de ahí que por momentos viniera a nuestra mente un rosario de afanes espectaculares.
Desvelo el autor del pensamiento que da entrada al párrafo. Fue Juan Domingo
Perón, dictador populista argentino.
En la moción de censura aleteaban
-cual cuervos carroñeros- diversas traiciones cuyo quebranto resultaba inmune a
rostros ocultos tras diversas máscaras obscenas. Las siglas, sin apenas
excepciones, prodigaron el vocablo dignidad orlado de gran impostura. Se
conjuntaron (quizás conjuraron) para llevar a la opinión pública que echar del
gobierno a Mariano Rajoy, líder “del partido más corrupto de Europa”, era un
ejercicio de dignidad democrática. Esta imputación reniega de memorias tenues;
esas que hasta el polígrafo dejaría escapar un mohín de asombro al fingir su
primer requerimiento. ¿Cómo aquietarse con graves “distracciones” en Cataluña,
Valencia, Andalucía…, aparte diversas sisas inspiradas en los usos
consuetudinarios? Participa del desorden la totalidad, pues el trinque es
propio de personas y no conozco ningún partido integrado por robots.
Sí, el PP lo ha hecho mal
ética, política e institucionalmente. Ello, sin embargo, no certifica que ya el
novel presidente vaya a superar ninguno de los capítulos antedichos. Yo añadiría
que lo va a hacer rematadamente peor porque es esclavo de un canon terrible.
Nadie sabe a ciencia cierta qué interés debe abonar por tan sabroso préstamo,
pero las hipotecas suelen responder de forma enojosa más si el propietario exige
participar del trofeo. Iglesias, ha pasado de la “incondicional” ayuda al ingrato
apremio para conformar un gobierno estable. Es evidente: Uno se embolsa setenta
y cuatro mil euros de por vida y los demás, olvidadizos, desean atrapar las
opíparas viandas que constituyen estas bodas de Camacho. Y todos tan contentos.
Pero… ¿y el pueblo? A ese, que le den morcilla.
Hemos oído una sarta de patrañas
exculpatorias que encierra la mayor y más nauseabunda indignidad. Ganaron el cinismo,
la ingratitud, el delito; en fin, un amasijo de absurdos aderezados para una presentación
sugestiva, convincente. Con todo y ello, las viandas conseguidas son indigeribles.
Pronto empezarán aquellos ardores propiciados por una ingesta extrema, acaso antihigiénica.
Veintidós ingredientes acaban siendo excesivos para conseguir un plato vistoso
y rico al paladar; ese que permite popularmente “chuparse los dedos”. Porque, a
la postre, persiguen chupar. Dejan en el monte del olvido pequeñas (tal vez no
tanto) rencillas y se regodean en calmar su propia sed no sea que, desbordados
por el lance, rompan el tarro de las esencias.
Me preocupa la enorme
alegría mostrada por partidos dispares y que hace dos días se tiraban los
trastos a la cabeza. ¿Gozan por el bien del español? Eso dicen. ¿Cómo pueden
converger independentistas y constitucionalistas (presuntos)? Pudiera suponerse
que exageran o fingen unos u otros. Seguramente, como afirma el chiste, los
dos. ¿Qué oculta argamasa aglutina a partidos democráticos y totalitarios (supuestos)?
¿Su responsabilidad con la gente o avenencias de última hora entre casta y
galgo? Perdón, disculpen el error; parece podenco. ¿Había que echar a Rajoy?
No, era un mero eslogan porque la corrupción pecuniaria, como previne, ocupa el
orbe político. A ella habrá que sumar otra mucho más penosa y cara: intoxicar
mentes con métodos furtivos. ¿Adivinan quiénes son auténticos peritos en la
materia? Esos mismos.
Sánchez ha conseguido
superar, ignoro si demonios personales o pruritos adquiridos. Creo que él se ha
cubierto de gloria, ha aprehendido el éxito, a costa de sepultar al resto.
Pobre Susana. Y eso lo ha logrado porque en este país todavía quedan pavesas
del pasado remoto. Aquí sigue habiendo señores feudales porque aún hay siervos.
Perviven gracias a que han trocado el primigenio estadio atributivo por un circuito
mental; kit cobarde o políticamente correcto. No le arriendo la ganancia.
Intuyo que se ha metido en un avispero sofocante y maldito. Iglesias, mucho más
hábil y estratega, le hará la vida imposible si no satisface aquella deuda
implícita en su famosa ayuda “incondicional”. El delator de la cal se reviste
ahora de cobrador del frac. Y tú, Pedro, ¿no lo especulabas? Menuda ligereza,
qué ingenuidad.
José Luis Ábalos hizo unas
declaraciones, recién ganada la votación, que alentaron mi desasosiego ante la
aventura iniciada por el PSOE. Adujo varias necesidades perentorias para el
futuro ejecutivo, entre las que destacó la importancia del feminismo en leyes distintivas.
Dicha especificidad, aparte tinos, implica cierta e injusta disposición a colectivos
cercanos en perjuicio de aquellos menos próximos. Tal prerrogativa elitista
hace sospechar los derroteros del gobierno en ciernes. Y no me extraña, ya que don
Pedro (me temo) es un meritorio sucesor de Zapatero. De esta guisa, acrecentada
la coyuntura por los irrisorios ochenta y cuatro diputados, la legislatura debe
terminar como Cagancho en Almagro Preparen, pues, las preceptivas honras fúnebres para dentro de unos meses.
Vaticiné -y lo mantengo-
que el próximo presidente, concluido el apunte Sánchez, será Albert Rivera. Mi
duda consiste en si vencerá por mayoría simple o absoluta. Hundido el PP e
indigente el PSOE (Podemos ya dije que era un apéndice inservible), Ciudadanos cosechará
un triunfo fácil. Por cierto, medios y periodistas cuyo hábitat preferido se
encuentra adyacente al poder, van venteando que es la primera moción de censura
que genera nuevo presidente. Nada que objetar, pero han de informar además que
es el único presidente (sin escaño) ungido fuera de un proceso electoral. Yo,
ni quito ni pongo rey y además no tengo señor.
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