Para discernir o
argumentar con propiedad cualquier asunto, es necesario precisar o consensuar
los significados. Si cada uno aplica como le viene en gana la -a veces-
imprecisa polisemia de nuestro idioma, difícilmente puede llegarse a resultados
satisfactorios. Por este motivo, es imprescindible establecer los términos de extensos
debates multitudinarios y escasas lucubraciones personales. La España del
sesteo, del despertar somnoliento, confuso y perezoso, representa un velero. Desarbolado
el velamen y roto el timón, navega sin rumbo sometida a los embates que
políticos de tres al cuarto y medios habilidosos, pero felones, acrecientan sin
ninguna consideración. Ambos constituyen la sustancia, el aderezo principal, cuando
se trata de adoctrinar, de corromper, la mente social.
Llamamos razones al
conjunto de argumentos o demostraciones que se aducen en apoyo de algo. Buen
ejemplo, entre otros muchos, es el pleno concierto del pueblo llano ante esta
palpable inviabilidad económica del Estado Autonómico. Como bien sabemos, su
origen tuvo poco que ver con el objetivo de acercar la Administración al
ciudadano. Esa fue la excusa que ocultaba el verdadero empeño. Los padres de la
Constitución quisieron agradar a los nacionalismos sin prever el verdadero
alcance de esta decisión. Cierto es que en Cataluña, País Vasco y Galicia (en
menor medida), existían nacionalismos históricos que era preciso albergar en el
nuevo marco. Así, al menos, pensaban quienes elaboraron el Título Octavo. Años
después se ha demostrado el error que introdujo su voluntarismo un tanto ingenuo,
irreflexivo.
Se denomina sinrazones a
aquellas actividades hechas contra justicia y fuera de lo razonable o debido.
Como locución adverbial sería sinónimo de injustamente. Conforma la cara
maldita, el adoso lamentable, de todo lo que significa y conlleva el vocablo
razones. Al igual que cara y cruz, acción y reacción, luz y sombra, nacen a la
vez haciendo imposible su existencia si desgajamos las unas de las otras. Este
escenario nos lleva a la certeza de que adyacente a una buena razón siempre
podremos encontrar una incómoda sinrazón, a poco que nos lo propongamos. He
aquí la desnudez de cualquier político si el ciudadano se empeñara en prodigarla.
El hombre público sabe o rumia (verbo inocuo, extraído al azar) las debilidades
de una masa descerebrada, condimento preciso para cocinar cualquier plato con o
sin receta culinaria. Es la terrible contingencia de toda fatalidad cuando
nutre una desidia onerosa, perversa.
En ocasiones se manifiestan
juicios que son ciertos en todos sus términos. No obstante, y a la vez, se
ocultan malintencionadamente otros con la misma o más enjundia que los
expresados y también verídicos. Días atrás, Miguel Urbán (izquierda
capitalista) aireaba con todo detalle la corrupción del PP. Casi alcanzaba el
éxtasis desgranando casos de todo orden: Gürtel, Bárcenas, Lezo, Púnica,
Bankia, para terminar con las ruinosas autopistas radiales que costarán cinco
mil millones. Cualquier oyente objetivo debería estar de acuerdo con él, pero
el deseo reiterado de servicio a la ciudadanía quedó indigente. Ni se le
ocurrió mencionar la carga insoportable del Estado Autonómico, menos pedir su
disolución. De eso nada, que también afecta a Podemos. Asistir al ciudadano
dando patadas al resto de partidos, siempre. Si tal servicio implicara un
dilema potencial que llegara a hacernos daño, jamás. Conclusión: casta y no
casta (pero que es casta igual o peor) no se atreven a terminar con las
autonomías; ni siquiera dejarlas más baratas. Viva el derroche de ese dinero
que no es de nadie, al decir de la ministra. ¿Servir al ciudadano…? Menuda
jeta.
Tras estas medias
razones, hemos de introducir alguna sinrazón. La más actual -tal vez la más
absurda- ha sido instigada sin freno por las juventudes de la CUP, el grupo
Arran. Con poco sentido y menor oportunidad, este verano han iniciado por toda
Cataluña asaltos feroces e indiscriminados contra el turismo. Tal actitud se
conoce como turismofobia. Tan estúpida estrategia, aceptada cuando no potenciada
por la ultraizquierda, resta capacidad económica a esta comunidad tan falta.
Origina una alarma innecesaria entre turistas y empresas. Destroza, al tiempo,
la imagen de una España acogedora, segura. Pone en peligro cientos de miles de
puestos de trabajo por necios pruritos ideológicos, de cuya rentabilidad
negativa no existen dudas. Esto, señores, es corrupción cándida, de guante
blanco.
El pacto PSOE-Podemos en
Castilla la Mancha, incluidos los fulminantes desacuerdos surgidos en cada
formación, es un caso más de sinrazón. Actúan con tanta ceguera que no les
sirve el ejemplo francés u holandés, donde socialistas radicales consiguieron
desencantar a sus electorados y quedar reducidos a partidos testimoniales.
Aquí, Pedro Sánchez, con la cómplice anuencia de sumisos colaboradores, (pese a
las encuestas) les puede conducir a parecida mengua. Abandonar la praxis
socialdemócrata en beneficio del frentepopulismo, nos arrastra a épocas que
nuestra sociedad quiere desterrar de forma definitiva. Una sinrazón vana pues
vislumbran -unos y otros, más allá de legítimas ambiciones- su incompatibilidad
manifiesta.
Hay razones que, al paso
de los meses, se transforman en auténticas sinrazones. El PP, por boca de sus
líderes destacados, siempre ha confirmado que jamás consentiría el referéndum
catalán. Ahora, la señorita Levy, afirma que nunca se celebrará un referéndum
legal. Interpreto, lo conjeturaba desde el primer momento, que se va a
celebrar, pero sin aquiescencia legal del Estado; por tanto, será ilegal. Para este
viaje, para hacerse trampas en el solitario, no se necesitan alforjas. Cada día
se levanta esa neblina publicista que todo lo difumina. Constituye la sinrazón
política. Sin embargo, nada comparado con el broche final. Partidos que tienen
un concepto insólito de la democracia, no solo aplauden la ocupación de
viviendas, sino que la potencian y amparan. En el colmo, ofrecen pautas,
información precisa para hacerlo. Decía Da Vinci: “Quien de verdad sabe de qué
habla, no encuentra razones para levantar la voz”. Estos la levantan, y mucho.
Entre tanto, las leyes, la justicia, hacen coro; conforman un aldabonazo, una
llamada colorista. Buen broche de oro para condensar la madre de todas las
sinrazones.
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