Las suposiciones son
conjeturas previas a hechos concluyentes. Suelen nutrirse de premisas
indiciarias. En ocasiones, acontecimientos seguros adosan recelos promovidos por
empirismos añejos. Hoy, desde un punto de vista social, político, elaboramos (elaboran
prebostes varios) supuestos cual verosimilitudes contrastadas con excesivo
optimismo, cuando no desfachatez. Es un escenario reiterativo, machacón,
perverso; tanto que, hastiados ciudadanos lo reprueban y restituyen intacto,
sin estudio ni apego. Ignoro si tal proceder cae en el campo del error o supone
una terapia colectiva ante la imposibilidad de evitar esta enfermedad
histórica. Pudiera entenderse que la proverbial indolencia retroalimentara el ejercicio
político que siempre termina siendo un mal endémico en España. Importa poco que
otros países sufran parecidos episodios; pues, rechazando el proverbio sedante,
mal de muchos no consuela a nadie.
El embarazo,
circunstancias y resultado definitivo, quizás fuera un sugerente paradigma para
comprender las suposiciones. Ambos requieren una certidumbre anterior, pero
todo lo demás pasa al capítulo del dios Cronos. A falta de verificar la prueba
de la rana, vetusta, arrinconada,
Podemos e Izquierda Unida comparecerán juntos a los comicios del 26 J. El
famoso “sorpasso” al PSOE presenta los mismos interrogantes que el embarazo.
¿Habrá o no aborto? ¿Será niño o niña, sietemesino o cumplirá treinta y siete
semanas en el vientre materno? No hay respuesta que releve al calendario, en
ningún caso. Alguien arrogante (que atesora otras notables tachas cada vez más
evidentes), en un a priori risible, ha ofrecido a Sánchez la vicepresidencia
del futuro gobierno. Inconsistente, gaseoso, soñador, embarazo psicológico en
esa suerte de paralelismo lúdico. Aunque parezca un relato fantástico con
cabida en “Las mil y una noches”, es tan cierto como la vida misma. Hay
pretensiones insólitas; pero -ya lo sentenció Samaniego en su famosa fábula- hallará
las uvas verdes. Pura vanidad.
Vistas las consecuencias
de tanto antojo, preparan un renovado proyecto que componga los desequilibrios generados
durante estos últimos meses. Siglas y primeros espadas empiezan el cortejo que
debe terminar, tras rápida gestación, cuando rompa aguas la gravidez parlamentaria.
Necesitan, al efecto, un atractivo a medio camino entre lo libidinoso y lo
prosaico. Luego, conseguidos los favores, cada cual es infiel bajo la excitación
que inspiran los sillones azules; no románticos requiebros ni modestos abalorios.
(Siempre pensé, parodiando a Gómez de la Serna, que “el pobre es un donjuán de
secano”). Durante varios días, al uso caballeresco, velarán vocablos que -en seguida- cruzarán en
incruenta batalla. Empiezan a infectar el espacio radio-eléctrico de rotundas
autocomplacencias y gruesas descalificaciones del rival. Terminarán ebrios, disparatados,
en ese intento lascivo de conseguir las mercedes que les lleve al éxtasis. Nosotros,
sujetos de su pasión incontrolada, deberemos mirar con lupa qué ofrecen de dote
para cerrar las capitulaciones matrimoniales. Somos conscientes, y la anterior
ceremonia lo dejó claro, que, a renglón seguido, desean tríos o cambios de pareja.
Al presente, difunden palabras huecas; luego, entregarán míseras acciones.
Aupados por la claque
mediática que les sirve de altavoz, se desgañitan en airear consignas,
ocurrencias y eslóganes comerciales. Allende roídos principios, metodologías
que el tiempo se ha encargado de descubrir obsoletas, nadie explicita
soluciones realistas a cuestiones actuales. Carecen de ellas. Escogen tapar sus
vergüenzas, o desvergüenzas, y se limitan a comentar las impudicias rivales. Un
plan perfectamente preparado para magnificar incompetencias ajenas. Pulsan, al
mismo tiempo, la víscera, los instintos primarios, que les permite obtener
aguerridos ejércitos de “hooligans” tan paradójicos como eficaces.
Comunicadores, tertulianos, en apariencia instruidos, argumentan sus tesis de
manera tan indigente que rozan el absurdo. Caminan hacia la Tierra Prometida
olvidando que antes deberán atravesar un penoso desierto. Después,
probablemente encuentren obstáculos inesperados.
Ayer escuché una de
tantas necedades con efectos demoledores. Confunden voluntariamente esencia y fenómeno,
informe e ignominiosa manipulación. En el debate, alguien cotejaba diferencias
entre dos personajes públicos sobre hábitos democráticos. Un tertuliano cortó la
comparación asegurando que el pedigrí democrático del preboste puesto en
cuarentena venía corroborado por el voto ciudadano. Era necesario, pues, confirmar
la naturaleza democrática del cargo orgánico. La falta de rigor venía compensada
por un exceso de sectarismo. Lenin, Mussolini, Hitler, y demás dictadores, provinieron
de violentas revoluciones o del apoyo popular. Ciertos medios y periodistas
debieran hacer autocrítica más a menudo.
Insertos en plena
ofensiva electoral (el término preelectoral es tan falso como sus
mantenedores), escuchamos -como siempre- una retahíla de loas propias, asimismo
maldades vecinas. Unas y otras visten parecidas falacias que aderezan con
atractivas envolturas, con seductora retórica. Ninguno está dispuesto a la
franqueza, a exponer coyunturas ciertas, alarmantes; menos a estimar salidas
viables. Callan la imprescindible reforma fiscal, una urgente subida de
impuestos que aquiete las exigencias europeas sobre el déficit, incumplido
desde hace años. Enmascaran la verdadera situación económica cuyo motor
coyuntural es el turismo. Minimizan el problema territorial u ofrecen recetas triviales,
quiméricas. Utilizan la boca pequeña para referirse a la pirámide poblacional y
a las pensiones. Niegan enfermedades a esta democracia y adolece de muchas. En
fin, se airea lo pueril, el embalaje, silenciando lo vertebral.
Únicamente los populismos,
esos que -al decir del proverbio- “tienen uñas de gato y cara de beato”,
explicitan el marco auténtico porque hacen su agosto aireando la podredumbre.
Sin embargo, las soluciones que sugieren son brindis al sol, imposibles en un
marco capitalista de economía globalizada. Probablemente aprovecharan siglos
atrás, pero hoy reportarían miseria limitando, a la par, las libertades
individuales de las que goza cualquier país democrático y moderno. No nos
dejemos embaucar por sibilinos cánticos de sirena.
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