Setecientos años antes de
Cristo, Hesíodo -poeta heleno- compuso un texto cuyo título coincide con el
epígrafe. Lo constituían sentencias para encaminar al hombre a una vida satisfactoria
material y moralmente. El sabio ha tenido como objetivo constante orientar a
sus convecinos, sobre todo en épocas convulsas, a confluir acciones cuerdas y lograr así la felicidad escurridiza. Ante el
peligro de toparnos con algún mesías salvador, populista, totalitario, conviene
coger las riendas que, con nuestro esfuerzo personal, nos lleven a un estadio de
paz y prosperidad. Solo nosotros somos protagonistas del propio éxito o
infortunio. Echar culpas al prójimo constituye la excusa socorrida de quien cae
en la desidia o, tal vez, transite por senderos espinosos, arriesgados. Cuán fácil
es atribuirse loas, casi siempre inmerecidas, y cómo cuesta apadrinar envilecimientos,
extravíos, fracasos. Asimismo, dejarse llevar por la indignación contribuye a
sentar el sufrimiento en tu mesa. Interesa someter ciertos impulsos a serena
reflexión.
Hesíodo, que cimentó la
filosofía presocrática, consideraba el trabajo, el esfuerzo, base de la prosperidad
humana. Entre sus consejos citaré algunos que creo atemporales porque siempre
se muestran frescos. Decía: “Tú, trabaja porque el hambre es compañera habitual
de varón inactivo. Por su trabajo los hombres son ricos y queridos de todos, ya
que el trabajo no es oprobio; la ociosidad, sí”. Con envoltura mitológica, enumeraba
incontables sentencias, consejos u orientaciones, sobre comportamientos
virtuosos, como he dicho, centrados o vertebrados en el trabajo. Manifestaba,
verbigracia, que la justicia se identificaría con la fuerza abandonando el
pudor. Aseguraba que los pueblos terminan pagando las locuras de sus reyes que,
urdiendo aflicciones, desvían sus sentencias por senderos descarriados alegando
tortuosas razones. Añadía que precaviendo estas cosas había que enderezar
juicios y olvidarse de falsos itinerarios. Terminaba asegurando que quien por
sí mismo no se percata ni comprende lo que a otros escucha, puede considerarse
un hombre inútil. Premisas, todas ellas, que lucen plena actualidad.
Traigo a colación este
autor, cuya obra se realizó casi tres milenios atrás, porque su magisterio no
puede ser más vigente ni oportuno. Vivimos tiempos en los que casi todas las
dificultades emanan de la falta de trabajo y de ese afán por supeditarlo, en bastantes
casos, a la miseria subvencionada. Precisamente tal lacra, si no azote,
fundamenta el análisis del Brexit en Gran Bretaña. Los otros puntos, referentes
a la justicia, los gobernantes y el pueblo llano, adquieren hoy un vigor
incuestionable. ¿Quién concibe una justicia supeditada al derecho y no al
poder? ¿Hay alguien que reste transcendencia o desestime la relación
causa/efecto entre políticos y caos? ¿Acaso la sociedad niega servidumbres ante
esta situación que debería preocuparnos más? Creo que no somos conscientes del momento
histórico o lo minimizamos apoyados en coyunturas foráneas. Sin embargo, todo
tiene un límite que no debemos descuidar.
El escenario, lejos de
aparentar normalidad, conforma una naturaleza dominada por la penumbra. Aparte
estrategias que magnifican esta evidente inquietud social, que opongan
inmovilismos a vacíos insondables (ambos repelentes), puede optarse por alguna sutileza
intermedia o la abstención reivindicativa. Lamento que tal resquicio dependa
solo del empeño y sentido común de dos partidos que han facilitado cuarenta
años de bienestar social. Por desgracia, personalismos absurdos están a punto
de conseguir su suicidio al tiempo que acarrearían derivaciones trágicas para los
españoles. Quisiera apreciar en declaraciones del PSOE únicamente eslóganes requeridos
por el enfrentamiento electoral. Me gustaría constatar que, tras el 26 J, se impone
la reflexión, la lógica y el interés común. Nos movemos sin remedio entre la
obcecación del PP y el alocado transitar de un PSOE dominado por tics
nacionalistas, por pautas arcaicas, turbulentas, sin homologación europea.
Podemos, al decir de
ciertos comunicadores, se ha radicalizado y perdido candor debido a su pacto
con Izquierda Unida. Yo, afirmo lo contrario. Tiempo ha, lo expresó el propio
Iglesias: “No quiero saber nada de una izquierda tristona, amargada, pesimista;
la del cinco por ciento y bandera roja. Dejadme en paz”. Nadie le molestaba ni
le perseguía; era el epitafio de -desde su punto de vista- la izquierda
inoperante, antirrevolucionaria. Él personificaba al leninista poder social; el
clímax antidemocrático en comparación con aquella izquierda indolente,
conformada en su cinco por ciento. Ahora la necesita para tapar las grietas que
ha abierto su rancio autoritarismo e insolente petulancia. Luego, sin jugo, extinta,
la arrojará al estercolero. Muchas palabras, a veces, pretenden suavizar el
mensaje, los conceptos, tras una máscara de falsa sinceridad que difumina la
mentira con sustancia ideológica. Los políticos tienen dichos engañosos y
hechos ridículos, cuando no indignos.
Cuánto bien haría al
ciudadano que sopesara no ya las sentencias de Hesíodo sino las cautelas que congregan
sensatez y sentido común. Si bien el clásico afirmó que la vida es sueño,
debemos considerar que los sueños son pasiones contingentes, insustanciales y,
al final, frustrantes. Pisemos la realidad e intentemos con el trabajo, la
acción y la denuncia, que cada vez sea menos hostil. No nos dejemos mecer por
cánticos de sirena, por placeres oníricos, porque con excesiva frecuencia
terminan acarreando terribles pesadillas.
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