A estas alturas, creo que
nadie cuestiona el papel estelar del PSOE relativo al presente y futuro de esta
España que transita insegura por el espacio europeo. No importa, que también,
quién inició el deslizamiento a la siniestra cargado de odio sectario, de afanes
totalitarios. Tampoco quiénes lo potencian y aun bendicen con irreflexiva
contumacia. Los protagonistas, en un sistema democrático, quedan excluidos para
desempeñar tareas de Estado. Aquellos que todavía ejercen labores de gobierno u
oposición, han de dejar paso a nueva savia capaz de coger el testigo sin
lastres ni enconos. Imagino cuántos esfuerzos han de realizar los que
sacrificaron el bienestar ciudadano a cambio de satisfacer anhelos indebidos.
Qué atonía a la hora de rectificar, cuántos peligros latentes, qué escollos políticos
(quizás sociales) para pagar deudas adquiridas por ambiciones espurias. Pero la
indignidad que no se repara atormenta siempre; constituye una herida abierta,
sangrante, evocadora.
Individuos tendenciosos, maniobreros,
adosan culpas a la crisis mundial; a menudo, especifican europea. Es muy
socorrido diluir responsabilidades en tan extenso escenario. Constituye la
mejor vía, cuando no única, de argumentar una impunidad falsa. Aquí hay
responsables previos, paladines presentes y hasta potenciales ejecutores de
futuro. Zapatero protagoniza el infame honor de apadrinar una decadencia
evidente fruto de su indigencia e ineptitud. Apartó de sí la moderación
socialdemócrata cimentada por un Felipe González que -de momento y pese a
errores capitales- se ha mostrado como el único estadista del PSOE. Quiso
borrar episodios históricos que debían producirle infortunio heredado. Zapatero,
digo, resucitó el guerracivilismo, las dos Españas, el irredentismo
nacionalista. Asimismo, se mostró más dispuesto a efectuar enjuagues
electorales que a la vela de intereses ciudadanos, muy divergentes con su
capacidad de gestión. Prefirió el voto visceral al reflexivo, ideológico, incontestable.
Tras el fracaso, dio al PP una mayoría absoluta inverosímil e inmerecida.
Empieza el calvario.
Rajoy precisó poco tiempo
para perfilar tanta desnudez que enseguida la opinión pública lo intuyó una cuchufleta
tornadiza. Era el mismísimo Zapatero con barba y del PP. Si restamos aquel
sectarismo insano del señor Rodríguez, ambos pudieran considerarse individuos
clónicos. Semejante identidad ha despertado desapego y hastío inusuales hacia
los partidos clásicos. Durante las tres últimas legislaturas, se ha ido
descapitalizando la clase media, el paro juvenil rebasa el cincuenta por ciento
y quien trabaja percibe sueldos de miseria. Cualquier sector social se asoma a
un futuro plagado de negros nubarrones. Han creado un caldo de cultivo
revolucionario, apto para la aparición de nuevos partidos que pretenden, como
vocación o propaganda populista, una regeneración aclamada pero ilusoria. A la
vez, don Mariano -aconsejado por el gurú u oráculo habitual- sigue alimentando
a Podemos con el fin de debilitar aún más una izquierda fratricida. Llenos de
confianza, acometen esta estrategia un tanto temeraria e incierta.
Ante tal escenario, el
PSOE (inquieto, transido de dudas) concurre emparedado entre una ultraizquierda,
robustecida por IU, y una derecha cuyo suelo se muestra sólido. Quiérase o no,
Podemos se exhibe como un partido totalitario -matizado por la época- que revela
excelentes facultades estratégicas e histriónicas. Aquel PSOE añejo, que
tampoco dudaba en disfrazar al judas, autor del dóberman, queda empequeñecido
ante ese tsunami del señuelo, de la artimaña. Cada día, Pablo Iglesias esparce “inocentes”
obstáculos en el devenir electoral de Pedro Sánchez. Aquel puede permitirse
blandir rasgos de arrogancia y osadía impropias del político serio, con probabilidades
de encabezar un gobierno. Tal marco, obliga a Sánchez a respuestas parcas,
insípidas. No obstante, estos socialistas se revelan muy pardillos en tácticas
de propaganda incisiva.
Sin embargo, hay que dar
a cada uno lo suyo. Tras las elecciones municipales y autonómicas, don Pedro
quiso minimizar su derrota (ganada a pulso) tomando un poder irreal a cambio de
perder el PSOE pátina socialdemócrata, adulterada desde Zapatero. Al mismo
tiempo, validaba y legitimaba el carácter demócrata -más o menos social, “al
estilo danés”- de Podemos. Desastrosa estrategia. Ahora, Podemos puede
disputarle al PSOE el espacio socialdemócrata sin perder un ápice de soporte.
El socialismo ha criado cuervos y aquel quiere sacarle los ojos. Cada fecha que
pasa lo tiene más fácil, contando con los ímprobos esfuerzos que hace la
Comisión Ejecutiva para que así sea. Sánchez sobra en el PSOE desde que dijo:
“pactaré con todos menos con el PP y Bildu”. Su desaparición debería ser el
primer movimiento para acometer una enmienda imprescindible y urgente.
Algunos que pretenden rábano
y hojas, pronostican el desplome del PSOE si pactara con el PP. Podemos “se lo
come con patatas”, dicen. Y si lo hiciera con Podemos, ¿qué ocurriría? Desde mi
punto de vista, terminaría digerido. Tanto me da, que me da lo mismo.
¿Entonces? Solo hay un camino de salvación para el partido y para los
españoles. Primero, romper todos los pactos municipales y autonómicos dejando
claras las razones de interés nacional, amén de mostrar una firme voluntad de
homologarse con las socialdemocracias europeas. Luego, considerando cismas con
el PP, abandonar tácticas de enfrentamiento político y social, estériles,
rupturistas. Las próximas elecciones, si no gana, ha de permitir, absteniéndose,
un gobierno PP/Ciudadanos quedándose en la oposición crítica, con acuerdos
cerrados sobre reformas ineludibles. Junto a Ciudadanos, los tres, deben
rehacer el edificio democrático pensando en el ciudadano para reconquistar su
fe y confianza. De lo contrario, adiós PSOE y adiós Estado de Bienestar. No es
para tomarlo a la ligera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario