viernes, 1 de enero de 2016

EL CLAN DE LOS MALDITOS


Maldito no lleva aparejada necesariamente ninguna disposición infamante, o de hostilidad, porque su concepto está huérfano de todo subjetivismo. En la cuarta acepción significa malo, adverso; es decir, se refiere al suceso o situación desgraciada, con mala fortuna. A la vez, clan significa grupo o secta según se desprende de su segundo sentido. Por ello, un hipotético paralelismo de Podemos con el sobrenombre del clan de los malditos no implicaría desprecio ni exceso. Además, conforma un acto de justicia, de reciprocidad, por tanta insolencia con “casta”; el epíteto lacerante, impío, dedicado a los partidos que en cuatro décadas han gestado un país inédito, envidiable.

Sí, Podemos constituye un clan elitista, una estirpe universitaria transformada en secta cuasi religiosa. Vienen repartiendo, a veces sin tapujo, credenciales de diversa índole y lustre. Deben creerse con autoridad moral para otorgar certificaciones de demócratas, progres y una larga lista laudatoria o, por el contrario, reprochable. Sus encomios e incluso censuras son incontestables, palabra de Dios; quizás de cualquier deidad politeísta. Pese a su degradación cultural por ser cosecha de la LOGSE, muestran unas facultades notables para el entrampamiento y seducción retórica. Claro es que los auditorios tampoco tienen dotes socráticas ni secundan a Pirrón. Maestros del enjuague, suelen enturbiar las palabras para torcer el mensaje. A considerable distancia aparecen los otros, quienes utilizan la demagogia en dosis normales, exiguas, ajustadas.

Puede que Podemos se gestara por revancha al no encontrar acomodo alguno de sus líderes en Izquierda Unida. Contribuyó, verdaderamente, la aventurada estrategia del PP cuando quiso debilitar la izquierda procurando el lucimiento mediático de un Pablo Iglesias astuto, aunque desconocido. Pronto sus dotes retóricas, aderezadas con un populismo hipnotizador, le permitieron ganar hegemonía televisiva y prosélitos para su causa. Los cinco eurodiputados constataron un ascenso inusitado, inexplicable. Superaba el voto antisistema o ácrata. Pero las alarmas, pese al auge, no saltaron ni en el PP ni -y era más grave- en el PSOE. De un ego insultante, osados al máximo, utilizaron la cámara europea para internacionalizar sigla e ideología. Iniciaban un camino ideal para “asaltar el cielo”; es decir, el Palacio de Invierno, el poder.

Empezaron utilizando viejas tácticas del leninismo revolucionario. Los círculos se asemejaban demasiado a aquellos soviets que conformaron una argamasa potente, sustantiva, unificadora. Sin embargo, esa supuesta autonomía y heterogeneidad enseguida fue sometida a las decisiones de un equipo concienzudamente seleccionado. Hoy los círculos forman parte de su anecdotario particular. A poco, Iglesias se configuró como líder indiscutible pese a algunas frustraciones que la moqueta ha ido difuminando.

Sin prisas, pero sin pausas, van ganando adeptos poniéndose el disfraz que la coyuntura exige. Tampoco es que necesiten un camuflaje exquisito. Crisis general y ordinariez social les permite un estilismo basto, burdo. Resulta muy complicado -amén de poco creíble- manifestarse socialdemócrata al tiempo que excusan y responden con tibieza a maneras liberticidas, tiránicas; cuando no presuntamente conniventes con el terrorismo. Venezuela es el ejemplo acusador. Ahora hablan de unidad plurinacional (cuyo primer promotor fue Stalin) y de referéndum revocatorio, formulaciones impensables en cualquier país de nuestro entorno. Son pequeñas evidencias de la carga totalitaria que impregnan sus ideas, que no doctrinas, propuestas y objetivos.

Desde presupuestos históricos y analizando tics, pronunciamientos e imprudencias, Podemos, resultado turbador del sistemático marketing mediático, me parece inconexo, falaz, quimérico, aun totalitario, que traería la miseria y el caos a España. Tras dos siglos bastante malditos pienso que los españoles, con todos los defectos e indigencia, merecemos -de una vez por todas- políticos sensatos, capaces, íntegros. Que el año venidero nos sea pródigo, básicamente en salud que escapa a sus atribuciones.

 

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