Hermeneuta es la persona que
interpreta textos, frases o hechos; verbigracia, el alcance electoral del 20 D.
Los partidos, sin ninguna salvedad, tras cualquier confrontación -y avanzado el
escrutinio- exhiben a sus líderes para anunciar (urbi et orbi) los excelentes
resultados debidos a la ciudadanía. Curiosamente, contraviniendo toda ley
estadística, generalizan logros óptimos. Nadie pierde. Se consideran estúpidos
quienes realicen autocríticas cabales. Son momentos para dar rienda suelta al
fanatismo, para exaltar ánimos noqueados por una realidad tozuda. Constato, en
cada oportunidad, un ritual absurdo, bochornoso, donde la sensatez cabalga a
lomos del engendro.
Pedro Sánchez, hermeneuta
jefe (al menos oficialmente), destacó inundado de grandeza el triunfo y quehacer
históricos que las urnas acababan de dispensar a su partido: liderar un cambio progresista.
Hay que tener un cuajo especial, junto a un cinismo superlativo, para revestir de
éxito el fracaso evidente. Acababan de perder veinte diputados, de batir todos
los récords, y visten al náufrago de etiqueta para justificar perpetuaciones humillantes.
Aquí, en España, no se dimite ni por error a pesar de que, según dicen, los
políticos están mal pagados. Mentira; algunos no merecen ni el salario mínimo
interprofesional. El espíritu de servicio, biombo rutinario, correspondía al
franquismo. Ahora, invocar o aludir esa virtud es una broma pesada. ¿Acaso solo
hemos cambiado al santo de pedestal? Respóndanse ustedes.
Antonio Hernando, portavoz
socialista en la anterior legislatura, y César Luena, secretario de
organización, constituyen el bastión orgánico que sustenta a Pedro Sánchez.
Exhaustos por el empeño, sacan fuerzas de flaqueza e interpretan la voz del
pueblo a su manera; es decir, arrimando el ascua a su sardina. Proclaman, ocurrentes,
que la sociedad pide cambios. Cuentan, sagaces, que si el pueblo hubiera
querido otra cosa un repelido PP tendría superioridad manifiesta, cómoda, en vez
de tan exiguo número de diputados. Hacen una lectura necia, envenenada. ¿Qué dice
el votante cuando a ellos les birla veinte y los deja con noventa? ¿Quiere
verlos en el poder o en la oposición? El hambre y la sed producen espejismos,
quimeras, delirios psicóticos. Esa construcción de una realidad ad hoc nos deja
a los pies de los caballos, cautivos de aventuras arriesgadas y de aventureros siniestros.
El señor Sánchez, desde
el minuto uno, cerró la puerta no solo a pactos o acuerdos sino al diálogo. Ese
enfrentamiento visceral con el PP le lleva irremediablemente a dos escenarios igual
de infaustos: a un explosivo gobierno multipartidista o a repetir las
elecciones generales. Ambos ocasionarán la desintegración del PSOE. Ese
gobierno de progreso que dice conseguir es letal o imposible, mejor lo segundo.
Veamos. Suponiendo que el progreso sea patrimonio de la izquierda (en sus
diversas facetas), que ya es atribuir, los diputados del PSOE (teórica
socialdemocracia) con Podemos (travestido de socialdemócrata advenedizo),
Unidad Popular (un Alberto Garzón perdido y otro), ERC y Bildu, suman ciento
setenta y dos. Semejante bomba necesita la alianza de siglas tan progres como
Democracia y Llibertat (sobrenombre ético, incorrupto, de CDC) o PNV, como sabe
todo el mundo partidos nacionales que representan al obrero textil catalán o metalúrgico
vasco. Adiós PSOE.
Si los vaticinadores aciertan
y Colau gana las nuevas elecciones catalanas, las generales serían un toma y
daca entre PP y Podemos. Ciudadanos y un PSOE raquítico, testimonial, tendrían
probablemente la llave de un gobierno conjugado con las democracias liberales
o, por desgracia, tomaría el relevo otro anticapitalista. Ante esa irresponsabilidad y falta de visión
política, saldríamos de Europa, del euro, y caeríamos de nuevo en la autarquía
que conduce irremisiblemente al Estado fascista, totalitario. Resulta curioso
que quienes se llenan la boca de luchadores por la democracia y las libertades
nos condujeran, con la complicidad activa o pasiva de otros partidos
espectadores, a una dictadura alejada de cualquier país civilizado.
Acepto que tal horizonte
se vislumbre dificultoso, casi de pesadilla onírica. Sé que las circunstancias,
aunque espeluznantes, distan mucho de aquellas que llevaron, mediado el siglo
XX, a terribles consecuencias sociales. Sin embargo, el hombre es el único
animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Por este motivo -y
corroborando la estulticia de nuestros prohombres, con aditamentos menos disculpables-
prescindamos de descargar culpas únicamente en ellos. Si hubiera nuevos comicios
catalanes y nacionales, tenemos una segunda oportunidad de hablar claro para
que luego los políticos no actúen cual hermeneutas arbitrarios, inconscientes. Sea.
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