viernes, 13 de noviembre de 2015

CATALUÑA Y EL ESTADO FEDERAL


Según los principios básicos de teoría política, las estructuras nacionales pueden constituirse en estados unitarios, federales y confederales; todos ellos propios de sistemas democráticos. Federación y confederación tienen procesos que se asemejan al método inductivo. Aglutinando varios estados simples, independientes, soberanos, bajo dicha lógica inductiva, se construye una unidad más compleja: el Estado Federal e incluso Confederal. Ambos difieren en que los asociados a la confederación sí se disgregan a voluntad, mientras los federados no. Sin embargo, pretender federar un estado unitario, deducir qué partes lo informan, acometer una división confusa, discrecional e inédita, resulta tan arriesgado, tan ilógico -cuanto menos- como desear la independencia en nuestro mundo, ajeno al colonialismo y vinculado a una economía globalizada.

Disertar, digo, sobre independencia y autodeterminación en el primer mundo, a día de hoy, supera los límites impuestos por el sentido común. Mal, muy mal, debe encontrarse una sociedad que acepta el discurso, la credibilidad, de cualquier mensaje que inspire aquellos afanes descabellados. No ya por incumplimiento de la regla común, sino por el despeñadero aledaño al final del recorrido. Resulta chocante que el apoyo sin condiciones, esa pleitesía obtusa, provenga de quien ha de sufragar los peajes. Políticos y adláteres saldrán indemnes de tan onerosas tentativas. Mientras, la masa -que alienta exaltada el escenario- rubrica con su firma gravosas facturas. Siempre ocurre lo mismo; es un hecho recurrente a lo largo del devenir histórico. Entre tanto, y aunque parezca extraño, el pueblo (cada vez más insensible) glorifica la miseria total a que se ve sometido.

Mediados los sesenta del siglo pasado, viví durante tres años cerca de Manresa. El pueblo -sobre ocho mil habitantes- tenía tres fábricas textiles, un matadero, la Pirelli y numerosos talleres. Apenas existía paro en Cataluña, verdadera tierra de promisión. Media España saboreaba aquella zona ubérrima, acogedora, generosa. Recuerdo que llegaban familias andaluzas, verbigracia, cargadas de hijos y de penuria para (a los pocos años) convertirse en gentes, si no adineradas, con notable patrimonio. ¿Cuántos emigrantes encontraron trabajo, fortalecieron una economía débil y pudieron mandar su prole a la universidad? Conozco a muchos.

Eran los años del proteccionismo franquista. Entonces nadie movía un dedo, no por miedo sino por satisfacción. Cataluña nadaba en la abundancia gracias a ingentes inversiones y facilidades que adjudicó Franco. De hecho, se llevaba casi todo el pastel financiero. Aquel nacionalismo se limitaba al abad de Montserrat y a un entorno elitista. Después vinieron la Transición, la economía de mercado y los chinos. Un exceso de dádivas otorgadas por PSOE, amén de PP, nos han conducido al disparadero actual. Para más ofensa dicen que ellos siempre ayudaron a la gobernabilidad de España como si hubieran efectuado un sagrado acto de patriotismo. Se necesita descaro. Callan, entre otras prerrogativas, que ochocientos mil votos supongan doble diputados que dos millones a partidos nacionales. ¿Es justa una Ley Electoral que posibilita tan antidemocráticos efectos? Sin comentarios.

Esta espantosa crisis económica que sufrimos, acrecentada por la corrupción sistémica, ha provocado una huida hacia adelante, una torpe llamada a la independencia para camuflar el estercolero político que han generado unos y otros. Por este motivo, siglas tan dispares como CDC y CUP suscribirán un compromiso que, sin llegar al delirio presente, permita ocultar -con el beneplácito del gobierno central tras el 20 D- toda la inmundicia. Conseguirán el lavado jurídico y social para mantener en pie un edificio que necesita urgentemente profundos retoques. Cataluña conseguirá restablecer su statu quo mediante un original equilibrio entre independentistas y unionistas. El nacionalismo ha muerto en acto de servicio. 

Pedro Sánchez embrolla el momento presentando una grotesca, confusa e inexplicada solución federal. Nuestro Estado Autonómico instituye un federalismo soterrado que no apacigua la avidez de políticos insaciables ni de esa sociedad adoctrinada por el eslogan chapucero, perverso e iluso de que “España nos roba”. Alguien afirmó no hace mucho que partidos de innegable divergencia se aglutinaban por su entusiasmo independentista; adhesivo sutil e inquietante. Agotado el papel legendario en la política nacional por irrupción de nuevas siglas, rota la hegemonía de antaño, disminuida su influencia, este independentismo se vislumbra como la futura bandera que han de blandir para cosechar indulgencias una vez consumada aquella función bisagra del nacionalismo caduco. El señor Durán y Lleida quedará fuera del juego político a causa de su ceguera táctica. 

Cataluña ofrece dos únicas opciones: reflexionar -por parte de la sociedad- la ventaja de admitir una independencia convenida y aceptarla como mal menor o seguir sacrificando sin fecha fija al país en beneficio de una comunidad que históricamente ha exigido unos privilegios inasumibles en democracia. Desde luego ha de acabarse el desahogo que se permiten con la Ley. Argumento mi tesis basándome en lo expresado por Miquel Caminal, profesor de teoría política en dos mil trece y que resumo. “La obligación de todo federalista es promover la unión en la diversidad, pero cuando no es posible asume el deber y el derecho a promover la secesión o independencia. El catalanismo, en la hora actual, está asumiendo de forma preponderante la opción independentista. Durante décadas se han defendido las opciones autonomista y federalista, pero la cerrazón e intolerancia del nacionalismo español ha dejado sin futuro ni credibilidad estas tradiciones pactistas del catalanismo. En este caso la ruptura se hace inevitable y a la nación catalana, siempre abierta al acuerdo y convivencia con los demás pueblos hispanos, no le queda más remedio que iniciar su propio camino y esperar que su voluntad de autodeterminación sea respetada y no ahogada por la fuerza”.

Leído el mensaje, aceptado por una parte significativa de catalanes, hemos de constatar que Pedro Sánchez pretende que esta sociedad española despliegue la fe del carbonero.  

 

 

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