Esta última semana de
campaña deja frases acomodadas al siglo XIX, amén de otras que generan
sentimientos y emociones adversos. Nos topamos también con episodios
esperpénticos, grotescos. Desconozco si es pura contingencia o el simple
resultado de la estolidez colectiva. Quizás el ajetreo propio del instante
lleve a una sociedad ahíta a consentir que se rebasen todas las líneas establecidas
por la mesura. Cuando nuestro desvelo debiera centrarse en desenmascarar
cánticos de sirena, cualquier fruslería desvía y entretiene tal encomienda.
Seguramente alguien, mentes maquiavélicas, disfraza las intrigas anecdóticas de
sustancia noticiable. Cruzan inadvertidas, vacuas, por mentes poco dispuestas a
discriminar grano y paja. Todo vale para encender una confusión jugosa, miserable.
Pienso que la democracia en España se asienta sobre cimientos arteros, ilusorios,
inconsistentes. El pueblo lleva años padeciendo esta tacha. Los políticos
empiezan a expiar su cuota de flaqueza. Veremos.
El récord de la
fantasía lo protagonizó aquella noticia que narraba el apresamiento de una
banda que quiso comprar un riñón a un inmigrante. Al parecer, fue golpeado ante
su negativa. Extraemos, como lectura válida, la evidencia de que un riñón vale
seis mil euros netos. Nos satisface transgredir esa tópica indefinición que se
cernía sobre la frase: “Me ha costado un riñón”. Ahora, por mor del arrojo
policial, conocemos el dispendio exacto del cauteloso derrochador. Huérfana de
esencia, asimismo, tiene esta otra que se refiere a la denuncia que los mossos
de escuadra presentaron contra tres militares por hurtar una bandera estelada
de un lugar público. Se me ocurre pensar, comparándola con anteriores reseñas
sobre el tema, que hay especies protegidas o de trato desigual.
Algo más serio, pero no
tanto, quedan los decimonónicos enunciados de Monedero: “Hay que desarmar a los
generales mediocres” y “las clases medias necesitan herramientas de indignación”.
Aparte ese tono ex cátedra, infalible, que destilan ambos, surgen ampulosos y
extemporáneos. Además, irrisorios. A poco nos quedamos sin generales; o sea,
sin políticos. Por su parte, las clases medias -señor Monedero- solo necesitan
recuperar su poder adquisitivo porque la indignación, bien orquestada, es la
aldaba del totalitarismo. Pablo Iglesias, raptado por sortilegios mitineros,
dijo que el PP carecía de fuerza moral para acusarlos de populismo desde que
Cañete hiciera campaña, en las europeas, subido a un tractor. Don Pablo cometió
un lapsus o, peor aún, una vileza. No puede confundir populachero (relativo al
populacho, parte ínfima de la plebe) con populista (que utiliza al pueblo para
conquistar un poder, generalmente tiránico).
Percibo cierto
alejamiento, quisiera prejuzgar no definitivo, de los medios -sobre todo
audiovisuales- respecto a su deontología. El cuarto poder, imprescindible en
las democracias, se viene adscribiendo a diferentes siglas. Semejante escenario
les lleva a tomar partido instaurando un adoctrinamiento, cuanto menos,
preocupante. Beben e impulsan el dogmatismo que quiebra toda posibilidad de
moderación, sensatez y entendimiento. Desde púlpitos enfrentados difunden un
maniqueísmo que completa el emitido por líderes concretos en sus
pronunciamientos irreflexivos. “Cordones sanitarios”, junto a exposiciones casi
beligerantes y ofensivas, tienden a potenciar una sociedad enfrentada, sin
capacidad de aunar voluntades para salvar la nave. Los políticos justifican su
pan, pero los medios no. ¿Por qué ese apetito disgregador? Si quieren medrar
saben cuál es el vehículo propicio. Bifronte es sinónimo de engendro.
Hasta mi paisano Raúl
del Pozo dosifica atrevimiento e incoherencia al afirmar que “todos los
partidos -en alusión a los de mayor envergadura- son democráticos”. De
inmediato admite un innegable proceder estalinista en Pablo Iglesias. Esas
alegrías conforman una conciencia social determinada. Emilio Lledó, recién
galardonado con el premio Princesa de Asturias, profirió un pensamiento clave:
“La corrupción que más me preocupa en nuestro país es la de la mente”. Sabe,
mejor que nadie, con qué sencillez se conduce a individuos descabezados o
convertidos en masa uniforme. Cualquier marco institucional mantiene fresca la
probabilidad de remedio; una conciencia social desorientada, prostituida, no.
Sería un acto patriótico que políticos y medios renunciaran a conseguirla.
Existen dos premisas
corruptoras: sostener que el ardor antifranquista ofrece la mejor prueba de
convicciones democráticas y la indiscutible supremacía moral de la izquierda.
Mi experiencia vital indica que ambas son falsas. Al menos, no tienen por qué
ser verdaderas. No obstante, se utilizan cual firma notarial para exaltar algo
o a alguien. Si nos ajustáramos a los hechos evitaríamos muchos desengaños
porque, como ilustra la vieja sentencia, “no es oro todo lo que reluce”.
Se conjetura bastante
sobre los pactos tras el veinticuatro. Algunas siglas, con mayor o menor
claridad, parecen dispuestas a avanzar sus preferencias sin análisis ni avales.
Allá ellas. Malicio que la falta de humildad, el dejarse llevar por la
corriente, puede ahogar expectativas de futuro para sus integrantes y para
España. En ocasiones, es más difícil digerir el triunfo previsible que el
fracaso evidente. Otros recogerán los frutos que por prepotencia y ceguera se
dejaron sin cosechar.
Ni tengo espacio, ni
quiero abundar en los argumentos. Arendt y Korstanje previenen que los grupos
totalitarios orientan su discurso a hacer creer que la democracia ha sido la
causante de miserias y privaciones ya que ignora los principios de igualdad
ante la ley. Sin embargo, las libertades democráticas adquieren su significado
y función orgánicamente allí donde los ciudadanos pertenecen a grupos y son representados
por ellos. Con la ruptura del sistema de clases murieron también gran parte de
los partidos europeos y la posibilidad de mejorar la acción deliberativa. Como
sugería un popular locutor deportivo, ojo al dato.
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