Gentilicios, colores y
etnias diversas han ocupado aforismos, dichos —más o menos afortunados— casi
siempre con matiz peyorativo cuando no altanero e incluso vejatorio. Desde bien
pequeños aprendemos la socarronería, tal vez mala uva, de nuestros deudos para
luego, cuando somos mayores, ir sumando frutos de propia cosecha. ¿Quién no ha
oído alguna frase, grosera cuanto menos, contra andaluces, gallegos y catalanes
que son, al parecer, víctimas propiciatorias de la animadversión española? Los
colores, cuyo objetivo prioritario debiera ser pintar una vida radiante, suelen
adquirir significados opuestos. “Esto se pone negro” o “estás muy verde” son
ejemplos asiduos de uso, vamos a llamarlo, contra corriente. Hasta los partidos
políticos utilizan colores que quedan desnaturalizarlos con sus trapicheos.
Así, rojo, azul, naranja, morado, verde, con dicha adopción de destiñen e
insolentan.
Me parece turbio, deshonesto, muy vil,
encararse con clanes o linajes protagonistas de nuestros humores. Bien es
verdad que la mayor parte se expelen sin mala intención, pero el hábito no
quita hierro al fondo racista aun inconsciente. “Trabajar como un negro, ir
hecho un gitano, hacer el indio o no hay moro bueno”, son ejemplos endémicos
que expresan histórico rechazo a dichos grupos. Ignoro si los propios
complejos, quizás frustraciones de todo tipo, juegan un papel destacado en
tales intromisiones tan injustas como alimentadas por una sociedad anómala, si
no patológica. Se acusa, más bien se excusa, a la mala educación de estas
prácticas poco humanitarias. Mecánicamente, se responsabiliza a la escuela de
tal déficit educativo. “No es oro todo lo que reluce”, dice el proverbio y yo
puedo afirmar, como docente y padre, que hay culpables más notorios.
Antaño, China ya era el
lugar preferido para descargar sentimientos y emociones matizados. De niño,
escuchaba “naranjas de la China” cuando se quería negar radicalmente patrañas o
invenciones inmoderadas, abusivas. No obstante, se recurría con mayor asiduidad
a la frase “cuento chino”. Cubría los cuatro puntos cardinales del lugar donde
nací, un pueblo de la Manchuela conquense. Ese “cuento chino” era el clisé caricaturesco
del embuste, la mentira, disfrazados de artificios. Aquella y esta advertencia
o confirmación de la farsa hecha palabra, era y es una fórmula descriptiva para
desentrañar populismos, demagogias y desfachateces. Utilizar otros vocablos,
igualmente delatores de politicastros, esclarece asimismo escenarios caprichosos
—incluso afectados por el disparate— pero son menos expresivos.
Sánchez tiene una mochila
abundante (pese a su mezquindad) de “cuentos chinos”. El primero, y más importante
porque fue génesis de futura e importante colección, lo hilvanó recurriendo de
manera innoble a los mismísimos afiliados al PSOE. Ya lo conocían en la
Ejecutiva Federal, pero no los ingenuos militantes a los que posteriormente
arrojó, cual clínex, cumplida su función. Luego, entre traiciones infames
superadas por acuerdos antinacionales —reñidos con la Constitución y el
bienestar ciudadano— se hizo con un poder para el que no tiene ninguna
capacidad. Aparte la intriga de individuos nefastos, los astros se conjuraron
contra España y hoy tenemos presidiendo el ejecutivo un individuo poco
recomendable cuya careta se le va cayendo día a día. Todavía quedo extrañado al
ver qué respuesta dan los ciudadanos patrios. A nivel internacional, su descrédito
roza ya magnitudes extremas.
Ningún gobierno europeo
se ha conformado, al menos en los últimos tiempos, con una camarilla
personalista y un partido tiránico, antidemocrático. Todo ciudadano debiera
discriminar entre ganar el poder y ocuparlo. Ahora mismo sobran dudas sobre la
coherencia ética que destila el gabinete. A nadie se le escapa que la postrera
campaña electoral giró alrededor del insomnio de Sánchez si se le obligaba a transigir
con Unidas Podemos. Es más, juraba y perjuraba que nunca pactaría con un
partido extremo, siniestro para los intereses generales. ¿Decías algo,
presidente? ¿No envolviste en exigencia progre un cuento chino? Observen este
dato sobre la caterva indigente que constituyen líder y devotos feligreses. Tudanca,
candidato a la presidencia de Castilla y León, advierte que: “Si Mañueco
necesita a Vox no dudará en darles la vicepresidencia”. Advirtamos la jeta del vividor;
Vox no intranquiliza, el totalitarismo comunista de Podemos aterra.
Llevamos dos años de
pandemia cuyo desarrollo se ha visto jalonado por enredos y supercherías del
gobierno, en particular de Sánchez. Se negó al principio su trascendencia,
cuando había ocasionado ya miles de víctimas, debido a intereses bastardos. El
ocultamiento (difuntos, penuria en material sanitario, expertos inexistentes,
confinamientos ilegítimos, etc. etc.) y cooficialidad —verdadera deserción de
responsabilidades— han sido protagonistas delincuenciales salvados por la
campana jurídico-fiscal. Cualquier gobierno que disponga de una fiscal general
ad hoc, tiene ventajas indiscutibles cuando bordea límites legales. A los
hechos me remito.
Histórico es el vocablo
talismán del gobierno. Creación de trabajo, aumento del PIB, conquistas
sociales, acuerdos sindicatos-patronal, pensiones, todo es histórico; tanto
como aparente, pícaro. El PIB —nominal al calcularlo con datos variables,
verbigracia el IPC— este año se estima que ha subido un cinco por ciento, pero
si descontamos el seis y medio de aumento en los precios, hagan ustedes
cuentas. Por la misma razón disminuirá el gasto familiar con aumento del stop y
la consiguiente caída de empleo. Al tiempo se aumentará el gasto corriente y
por ende la deuda pública. En fin, unas perspectivas poco halagüeñas pese al
optimismo propagandista. Europa va conociendo al personaje.
Las relaciones
internacionales configuran el no va más. Distribuir fotografías viendo a
Sánchez convertido en escaparate protagonista de la gestión del conflicto
ruso-ucraniano, cuanto menos es ridículo. Luego se estrella contra el entorno y
vemos su estatura política real cuando el presidente Biden lo pospone a
Polonia. Evidentemente, los lazos que le atan a partidos ausentes en las
naciones democráticas occidentales son un lastre desdichado. Egolatría y
derroche petulante son también malos compañeros de viaje.
Sus triquiñuelas
convierten al Estado en dominio personal asentado sobre la arenga de una
minoría oportunista (tan superflua e inepta como él) y nosotros, el silente despojo
proclamado pueblo, que padecemos— a veces con cierto desdén— trampas
permanentes orientadas hacia un horizonte catastrófico. Revelo únicamente una
parte mínima del cataclismo. Ustedes, sin que lo exponga, son conscientes de la
chapucería gobernante.
Parafraseando a Gustavo Adolfo
Bécquer en su rima XXI, escribo: “¿Qué es el cuento chino? dices mientras
clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es el cuento chino? ¿Y tú me lo
preguntas? El cuento chino… eres tú”
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