PABLO
CASADO
He de reconocer que mi
candidato ideal, hace ya algunos años, para presidir el gobierno de esta nación
—vilipendiada y vencida por sus propios nativos— era Casado. Pensé, y lo sigo
haciendo, con muchos matices en los últimos tiempos, que podría completar el
grupo de jóvenes políticos llamados a desempeñar un papel esencial una vez
desaparecidas figuras demasiado cercanas al franquismo y a la transición. Esta
nació con ciertas lacras o desavenencias atenuadas por necesidades
democráticas. El pueblo, amén de abrir un régimen monárquico, ansiaba
experimentar el sistema donde libertad individual y sometimiento a las leyes
fuera norma generalizada. Aquellos políticos aceptaron vicios originales, ignoro
si por comodidad o
Yo, próximo a cumplir
setenta y ocho años, no voy a hacer ningún panegírico de la juventud que
acumula virtudes y errores a partes iguales. Tampoco tengo proyectado realizar
el típico enfrentamiento entre vigor y sabiduría. Asimismo, renuncio a exponer
denuncias o juicios severos a políticos por razones cronológicas, bien por
exceso, bien por defecto. Creo que la intensidad emocional o la serena
reflexión intereses bastardos relativos a arribismos adscritos al nuevo momento
histórico.aisladas, fuera de toda interacción, sirven de freno más que de
acicate. Otros escenarios comparten juventud y madurez (incluso vejez)
corroborando cosechas extraordinarias. Quizás la música, junto al toreo o la
ciencia, consiga una armonía especial, envidiable, sublime. El liderazgo puede
exigir fortaleza física, pero dejar todo a sus expensas termina por confundir, a
menudo, el Congreso con un ring boxístico.
Sugerir la fortaleza corpórea
condición sustantiva para consolidar una autoridad duradera resulta tan hipócritamente
falso que si lo hiciéramos en exclusiva con la prudencia o el crédito rancio. De
igual forma, cimentar liderazgos sobre individuos populistas o demagogos suele
terminar (según un dicho popular) como el rosario de la aurora. Reconozco cuánta
dificultad entraña conseguir dirigentes que consigan no ya el gobierno sino
merecer la plena anuencia colectiva del personal y, sobre todo, de quienes
ocupan el segundo nivel. Llegar al poder deleita egos individuales, pero —y
aquí reside el problema de las democracias corruptas— solo se mantiene
repartiendo privilegios abusivos a los afines mientras el ciudadano costea tales
voracidades. Este contexto, que viene de lejos, constituye un hándicap para
Casado en breve; letal si no lo corrigiera a futuro.
Como he dicho, Casado era
tiempo atrás mi caballo ganador a presidir el PP. Testarudo, conseguí lo que
suponía predicción patente (desde mi punto de vista) porque conjeturar
cualquier otro resultado pareciera difícil e ilógico. Sin embargo, tiempo y
aconteceres varios me han hecho reflexionar con rigor y ya no alimento nada
incontestable. Existen yerros atribuibles al partido; sin perjuicio de que él,
por fas o por nefas, tenga saldo o complicidad notables. El PP sigue sometido a
viejos complejos que capitalizan la izquierda (extrema, cuando desapareció
aquella contención de los primeros tiempos) y el independentismo divergente,
iconoclasta. Hay un miedo cerval a que cualquier rival incruste en ellos el
epíteto “facha” o “fascista”. Cierto que la conciencia social considera
irrefutable el apelativo, pero su silencio encubridor favorece una confesión certera.
Recuerdo a Cayetana
Álvarez de Toledo en tiempos de Rajoy. Destacada, belicosa, liberal, rebelde, fue
rechazada por declaraciones punzantes contra la estrategia del presidente,
luego proféticas. Casado defendió su elección de portavoz en el Parlamento para
luego, una vez asentada su falsa firmeza, desear incluso que dejara el acta de
diputada. Ignoro si intervino un García Egea meticuloso, timorato, o el propio
Casado abrumado por manifestaciones ¿tóxicas? de Feijoo y Juan Manuel Moreno,
“médicos a palos”. El gallego, con gesta postiza ya que aquella Comunidad lleva
votando varias legislaturas al PP sin reparar cual sea candidato. El andaluz,
porque los frutos maduros caen por su propio peso. Ambos, tienen escasa entidad
si quisiesen desbancar a su presidente en una aventura disparatada, irreflexiva,
de limitado éxito. Conformaría un motín cuyos ingredientes básicos serían los
complejos, digo.
La colosal, peregrina,
impertinencia cometida por Casado durante la moción de censura presentada por
Vox supera lo imaginado por el novelista más agudo. Aquel enfrentamiento
personal, innecesario, despreciativo, satisfizo como nunca a un Sánchez tan
incrédulo como muchos españoles que contemplaban la escena con ojos
desorbitados. Fue un espectáculo lamentable por la forma y por el contenido.
Ahí dilapidó Casado parte de su capital político, bastante maltrecho al mostrar
desde el inicio un carácter débil, contemporizador, incluso con Sánchez. Además,
pecó de pobre estratega porque si quiere ser el próximo presidente necesita,
sin otra expectativa, los diputados de Vox. Su forma de hacer amigos es
bastante precaria, tal vez mal influenciado por quienes esperan una ruptura a
fin de seguir ostentando un poder que no merecen; menos, si encima resultan funestos
para el país.
Ayuso, aparte de
demostrar que formas bruscas y fondo social pueden conseguir objetivos
inesperados, reavivó a un Casado con respiración asistida. Una persona tenaz,
segura, pudo vencer las enormes dificultades que puso en su contra Sánchez, el
gobierno y —de forma hostil, radical, estentórea—medios junto a tertulianos
satélites. Casado tiene un modelo incuestionable que no va a seguir porque le
falta temple, indicativo de insustancialidad para presidir el gobierno de
España. Ayuso no es cismática, pues posee principios arraigados entre los que
destacan lealtad y modestia, amén de disciplina monacal. Por suerte, Casado
carece de repuesto a vista de pájaro, pero debe asumir un cambio consistente
que granjee seguridad y posibilite esperanza en un futuro bajo su batuta, al
menos sincera, justa, correctora de pasados errores.
¿Entonces? Depende de los
próximos movimientos. Sánchez quiere su rendición ante el CGPJ y dicen las
malas lenguas que para diciembre puede conseguirlo. Si así fuera, el castañazo
de Casado marcaría época. Sabemos que los medios adscritos al poder destinarán
varias portadas encomiando la moderación y sensatez del líder opositor cuando
escruten un plácet que le resultará letal. Pese a sus declaraciones, el
ensalzamiento del personaje por los medios opositores hinchan cualquier prurito
excéntrico, incluso paradójico. He ahí la contrariedad. Desconfío del
sentimiento buenista que pueden exhibir idealistas extemporáneos o pusilánimes.
Pese a mis dudas, y valorando las opciones utilizables, le doy cierto margen de
confianza. Una legislatura; luego, veremos.
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