No sé si por suerte o por
desgracia, las pautas, usos y costumbres, desaparecen y emergen otros que no
siempre evolucionan de forma eficaz, apreciable. Recuerdo, allá por los tiempos
de mi niñez y posteriores, una frase cotidiana, espontánea: “Me trae por la
calle de la amargura”. La autora o autor de tan soberbia expresión, daba a
entender que alguien -previsiblemente deudo más o menos lejano- le causaba
sinsabores con excesivo menudeo. Era la manera ambigua, pero inequívoca, de
admitir cierto desagrado sin determinar causa exacta. Hoy, si bien no
extinguida, ha caído en práctico desuso. Ahora, las calles no son amargas;
están llenas de muchedumbre ahíta de espectáculo, de rédito político. Es
curioso subrayar cómo la sociedad que se manifiesta, tal vez con fundamentos,
es seducida por expertos violadores de la conciencia social.
Nuestros políticos, de
alguna manera, siempre nos han llevado por la mencionada vía. Lo hicieron a
finales del siglo diecinueve y principios del veinte suscitando el
regeneracionismo de Joaquín Costa, tutelaje que no produjo los frutos deseados.
Gestaron una Guerra Civil que provocó medio millón de muertos, un sistema
autárquico y el esplendor de una sociedad históricamente enfrentada. Todavía
siguen erre que erre evocando de forma interminable aquella contienda
fratricida.
A veces, pienso que
cierta ideología fanática objeta la derrota y -con mirada corta y torva-
escarba capítulos apoyándose en razones semejantes a las que tendrían
descendientes de los comuneros. La Historia está para estudiarla como lección
permanente, como escarmiento existencial. Cualquier intento de armazón
unilateral constituye un sabotaje a las futuras generaciones que se quedan huérfanas,
sedientas de realidad. La Ley de Memoria Histórica menoscaba, con esa visión
estrábica, la reciente reseña común y su objetivo central. Si toda desavenencia
paraliza el progreso general, esta falta de concierto, este anhelo absurdo, nos
lleva de cabeza a las tinieblas. Ignoro quién será el culpable, pero hasta la
fecha ningún partido de gobierno ha intentado negociar en serio una política de
Estado. Lamentable.
Decía Edmond Thiaudière:
“La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.
Información irreprochable tras los primeros pasos del gobierno Sánchez. Él
sigue manteniendo que, tras el apoyo recibido en la moción de censura ganada al
PP, no hubo pacto ni peaje posterior. Eso no lo cree ni Podemos, previo
ofrecimiento de favor “incondicional” para echar al eslogan. Porque ellos son
los magos del marketing, de la charlatanería. M punto Rajoy fue un lema vil que
entrañaba de facto una relación delictiva con Bárcenas al, entonces,
presidente.
Un partido serio,
democrático, desafecto de populismo alarmante, hubiera utilizado métodos
acordes al juego político. A poco, vimos un interés anunciado, desmedido, por
controlar RTVE. Advertiremos, con tiempo, que no es baladí aquella fanfarria
(por cierto, voz frecuente antaño): “Tenemos más poder que nunca”. Sospecho que
ni Sánchez se atreve a recordar la deuda acumulada con Iglesias. Pese al
silencio, el agua siempre evidencia efectos del desbordamiento. Y no cabe duda,
aquí hay agua pese aquel “sin condiciones”.
Si la carga populista es
pesada, la soberanista se hace insoportable. Acercar presos de ETA o de
políticos catalanes felones, traerá consecuencias electorales para un Pedro
indigente y un PSOE extraviado, romo. Por mucho colorante que se ofrezca, situar
presos en el País Vasco y Cataluña es un anticipo previsto por albergar a
Sánchez en La Moncloa. No obstante, quieren agazaparse tras el biombo legal al
que acude desvergonzadamente todo el gabinete sin excepción. Con tiempo iremos
desgranando pagos y deudas inquietantes. El futuro nos deparará situaciones
insólitas, onerosas, clarificadoras de la anterior frase de Thiaudiére.
Hasta ERC comete la osadía
de mantener distante al gobierno, e incluso le amenaza con bloquear la
legislatura si excluye del diálogo la celebración de un referéndum pactado.
Este compromiso bastardo entre alta burguesía y anticapitalistas solo ocurre en
Italia, país que ha emprendido una trayectoria funesta, y aquí. El gobierno,
asumiendo la deuda contraída, ubicó a los políticos encarcelados en prisiones
catalanas. De esta forma costeaba los servicios prestados mientras -con el
oscurantismo rutinario- sembraba la semilla estéril del Estado plurinacional.
Más allá de claudicar ante exigencias extrañas, nos siguen tomando por necios
absolutos cuando afirman que lo demanda la norma. Es decir, actúan como el
ejecutivo anterior, pero con mucha más hojarasca.
Podemos, un vampiro insaciable,
juega su baza de manera ingeniosa. Tácticamente muy superior a cualquier otra
sigla, Sánchez se convierte de hecho en telonero del espectáculo. Porque hoy,
la política española -más que drama- constituye un juego tragicómico. Existe cierta
dualidad en el desarrollo de los acontecimientos. Este político alto, pero
corto de miras y de programa, obtiene un efímero beneficio personal al pactar
con Podemos. Sin embargo, el PSOE puede recibir la mayor desafección social. Y
será, seguramente, imperecedera. Primero mis amigos y yo, luego el partido.
Ambición y dilema de estadista casan mal, divergen, se divorcian.
Existen varios
interrogantes sustantivos. ¿Nuestro presidente respalda la monarquía o la
república? ¿Es europeísta o euroescéptico? ¿Pro atlantista o pacifista?
¿Partidario del estatalismo extremo o liberal moderado? Hace tiempo expresó su
idea plurinacional del país y, por tanto, partidario de una Constitución
Federal imposible por definición y por exigencias del catalanismo radical.
¿Adónde nos lleva Sánchez y su PSOE? Para no incumplir demasiado el déficit y
la deuda, seguramente suba impuestos. Se comenta ocho mil millones que, como
siempre, amortizará la clase media trabajadora. El derroche tiene un costo que
no sufraga la indigencia ni las grandes fortunas.
Bukowski aleccionaba que:
“La civilización es una causa perdida; los políticos una absurda mentira; el
trabajo, un chiste cruel”. Europa próspera, aquella que se aparta de la
socialdemocracia para cobijar un liberalismo social, respalda la lucha por las
libertades que posibiliten el pleno desarrollo de todas las formas de
producción, especialmente las de trabajo libres de explotación y subordinación
al capital privado o estatal. He aquí la práctica ideal para lograr una
economía de progreso y un sugestivo rumbo social.
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