El
PSOE cumple ciento treinta y ocho años de existencia. Sus deudos afirman que
tanta senectud, tanto empirismo, añaden un plus cuando se tasa crédito y
alcance. Sin embargo, objetivamente, los años afectan al vigor físico a la vez
que comportan un enorme deterioro intelectivo. Asimismo, a consecuencia de
estos factores psicofísicos, disminuye el umbral de percepción ante cualquier
estímulo ciudadano. Peaje vital común a todo universo orgánico. Vemos, pese a
lo expuesto, que con harta frecuencia sus líderes destacados camuflan virtudes
entroncadas con teóricas solturas adquiridas en el fragor de vehementes
confrontaciones políticas. Antes bien, los más cercanos, quienes condujeron el
siglo XXI, revelan una involución dañina, aterradora. Como suele decirse:
“están de capa caída”.
Cierto
es que aquellos primigenios compases, allá por el ocaso del siglo XIX, tuvieron
nula penetración social por el escollo que supuso la alternancia política entre
conservadores y liberales. Deberemos añadir también el importuno freno a la
industria en ciernes de una menesterosa -igualmente que aristocrática- economía
agraria. Tal coyuntura se arrastró durante el primer tercio del siglo XX. Este
periodo fue protagonizado, pese a la Guerra de Marruecos y movimientos
proletarios en la rutilante industria catalana, por continuos éxitos sindicales
del anarquismo frente a políticos de un PSOE todavía impermeable a la
conciencia popular. Casi con seguridad, esta circunstancia le llevó a colaborar
con Primo de Rivera (el dictador) para conseguir cierta vitalidad impulsando una
maniobra rastrera, amén de sangrienta, contra la CNT.
Durante
la Segunda República tuvo una actuación destacada -no sé si negativa- que
desembocó en inútil e injusto conflicto civil. Son conocidas las diferencias ingénitas,
vertebrales, irreconciliables, entre Largo Caballero (el Lenin español),
secretario general de UGT, e Indalecio Prieto, secretario general del PSOE.
Cabe destacar la impronta de Julián Besteiro, presidente del Congreso y enemigo
acérrimo de empezar una guerra que él consideraba espantosa y perdida. A lo
largo del franquismo, el partido desapareció de hecho en favor del PCE que se
mantuvo activo dentro y fuera de nuestras fronteras. Rodolfo Llopis, secretario
general del PSOE en el exilio, mantuvo una postura contraria al activismo
interno. Surgió así una corriente renovadora en la que, al final, se impuso
Felipe González en mil novecientos setenta y cuatro.
Próxima
la muerte de Franco, el PSOE fue organizándose de forma semiclandestina porque
ya se vislumbraba qué papel debería desempeñar en una España democrática. Efectivamente,
compartió de manera notoria los Pactos de la Moncloa que alumbraron la
Transición. Como uno solo, sin advertir ninguna brecha, todos los partidos
arrimaron el hombro para cerrar viejas heridas y esparcir ilusiones nuevas,
frustradas con el paso del tiempo. Siete años después Felipe González cosecho
la cifra récord de doscientos dos diputados y, en tres legislaturas, España se
modernizó pasando a ser miembro del Mercado Común y de la OTAN. Lástima que su
gobierno acabara corrompido, ensombreciendo una gestión positiva pese a todo.
Tras
él vino Zapatero, personaje curioso, complejo, incalificable. Ignoro si por
incomprendido o porque realmente resultó nefasto, para mí ha sido (sin lugar a
dudas) el peor gobernante de este último periodo y, añado, de siglos atrás.
Puede que, como mucho, se encuentre confortado por el no menos irritante,
sosias y sucesor Rajoy. Siendo grave la irresponsable actuación -ignorancia
suprema- que tuvo antes, durante y después de la crisis económica, ganan de
largo los conflictos sociales que provocaron sus leyes. Paradójicamente
tachadas de progresistas, una rupturista Ley de Memoria Histórica, la llamada
de Género y su papel protagonista en el Estatuto de Cataluña, marcan un camino
lleno de obstáculos e interrogantes que, a poco, viene ilustrando su aciago e
incómodo transitar.
Rubalcaba
ocupó un espacio transitorio; incoloro, inodoro e insípido pese a los oráculos.
A las puertas esperaba otro indocto, tipo Zapatero pero más agresivo e
intransigente. Pedro Sánchez tuvo el deshonor, que yo sepa, de ser el primer
secretario general inhabilitado por un Comité Federal. Qué decepción suscitaría
entre la vieja y la nueva guardia para descabalgarlo. No obstante, su ambición
pudo más. Consiguió seducir a militantes irreflexivos, amén de escorados (tal
vez descocados), y vuelve con bríos para constatar un cerrilismo indescifrable.
Confunde porque quiere, porque es su único éxito, deseos de afiliados y de
votantes: divergentes, inconexos, a distancia astronómica. Desconoce las
penalidades del socialismo francés u holandés y martillea, en fin, sobre aire dilapidando
energías que no le sobran.
Confía
un ejecutivo con la tóxica contribución de Podemos. Lanza a los cuatro vientos
esa quimera del gobierno de izquierdas cuando incluye en él la derecha burguesa
nacionalista. Detesta al PP -derecha social, sobria- y pretende apoyarse en la
burguesa. Semejante incongruencia articula la prueba evidente, definitoria. El viejo
partido ha llegado al estado catatónico, gastado, sin energías, acéfalo. Huérfano
de dinamismos, de impulsos, poco puede esperarse cuando ya apunta delirios agónicos,
cercano a la extenuación fulminante. Lejos de significar una impresión, más o
menos subjetiva, el aire se llena de efluvios mortuorios.
Queda
ulterior ocasión en que hablaremos de Organización Federal y del Estado
Plurinacional para ver el asiento que en ellos tiene el problema de los
políticos (digo bien, políticos que no individuos) catalanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario