Desde la última encuesta
del CIS vienen apareciendo numerosos sondeos sociológicos que reparten semejanzas
o diferencias a la par. Sin embargo, tanto unos como otros conforman matices en
vez de contrastes abismales. Por esto, las disensiones que estiman todos los estudios
son mínimas. Luego aparecen resultados sorprendentes, inesperados e
inexplicables, porque se hicieron análisis basados solo en compendios estadísticos.
Las respuestas ciudadanas indican porcentaje de voto directo. Después, los peritos
cocinan estos porcentajes conforme a procesos anteriores. Este adobo significa acomodar
el sinfín de variables para llegar al constructo o síntesis definitiva. Cualquier
estudio estadístico suele cumplirse cuando la muestra es amplia. El error surge
si sus elementos son humanos. Los individuos no reaccionan siempre igual, incumplen
la ley física. Por este motivo, toda información de semejante procedencia debe
someterse a cuarentena. De aquí la terrible realidad que se impone, regularmente,
a predicciones huérfanas de lógica -o ilógica- conductual cuyo venero sea
científico o matemático en exclusiva.
El conjunto de encuestas
actuales presentan un dato común: la existencia del veinte por ciento de
indecisos. Este colectivo es necesariamente escéptico; por tanto, alejado de
todo dogmatismo y radicalidad. Cierto es que los políticos están convencidos de
dirigirse a una ciudadanía bastante lerda, tanto como para comulgar con ruedas
de molino. Acorde con tal premisa, Pablo Iglesias ha declarado: “Soy patriota
de la democracia y por eso estoy a favor del derecho a decidir y de que la
educación y la sanidad sean públicas”. Exhibe un cinismo sin límites al
identificar democracia y derechos (cuanto menos confusos) junto a educación y
sanidad públicas. Cualquier cotejo riguroso ubica estos conceptos en planos
diferentes si no opuestos. Se equivocan él y quienes cocinan sin tener en
cuenta rechazos, asimismo credos humanos. No obstante, que Podemos tenga tanta
aceptación, tras las referencias marxistas de los siglos XX y XXI, rompe mis
esquemas intelectivos.
Etimológicamente
demoscopia viene de demos (masa de pueblo, pueblo) y skopeó (yo examino, veo)
significando estudio de opiniones, aficiones y comportamientos humanos mediante
la investigación científica. El postrer vocablo explica los contrastes absolutos
entre hipótesis y realidad, pues el acontecer personal jamás se somete al rigor
científico. Cuando se acierta aplicando leyes irrefutables aparece la
casualidad o el azar. Para desentrañar actitudes y pautas humanas hay que
utilizar la experiencia y el sentido común, sin más.
Sustentaré sobre estos
pilares la conjetura que expongo a renglón seguido. Sabemos que el ciudadano patrio
es poco amigo de extremismos. Sitúa sus afectos en el término medio, tópica
ubicación de la virtud que incluso es patrimonio pagano. Las crisis promueven mayorías
absolutas o alimentan corrientes renovadoras; a lo peor, populismos
totalitarios. El cedazo democrático lo pasan PP, PSOE, IU y todos los partidos
que, a lo largo de cuarenta años, se ganaron esa distinción. No parece
aventurado constatar que Ciudadanos goza del mismo tratamiento. Podemos ya es
otro cantar. Rasgos previos, manifestaciones, actitudes, tics y querencias
inducen a situarlo lejos de doctrinas que respetan las libertades individuales.
Quien se autocalifica representante del pueblo, tiene como objetivo burlarlo porque,
en democracia, el ciudadano elige a sus representantes; los tiranos escogen (asimismo
excluyen cuando no les sirve) a su pueblo.
Dicho esto, conocemos los
deseos de cambio y moderación. Del mismo modo, que los votos radicales no
forman parte del porcentaje de indecisos y que el bipartidismo parece quebrado.
Debido a sus pactos erráticos y legitimadores, igualatorios, PSOE, Podemos e IU
son vasos comunicantes, no tanto PP y Ciudadanos. Suponiendo cinco millones de voto
irresoluto, imagino que entre treinta y cuarenta por ciento irán a Ciudadanos
que le aportarán cerca de noventa diputados. PP ganaría alrededor de un
veinticinco que le arrastrarían a los ciento veinte. PSOE acapararía un quince
por ciento y sobre ochenta diputados. Podemos y agregados se repartirían migajas
en porcentaje y diputados, sin que superaran los cuarenta. Las demás fuerzas:
IU, UPyD, nacionalismos, etc., deberán conformarse con una renta insustancial.
Este vaticino me lo dicta el sentido común.
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