Los
resultados de las elecciones europeas revelan, sin discusión posible, el desconcierto
que encontramos en políticos y sociedad. Me parece alarmante el avance de
euroescépticos junto a radicales de izquierda y derecha. Significa que liberales
y socialdemócratas parecen incapaces de dar respuesta satisfactoria a los
problemas que se ciernen sobre Europa. Inglaterra, Francia e Italia marcan la
pauta hasta el punto de que Marina Le Pen -ganadora en el país galo- ha pedido al presidente Hollande que disuelva
la Asamblea Nacional y convoque elecciones anticipadas. Poco puede satisfacer,
además, el índice de participación con una horquilla desde el diecisiete por
ciento de Eslovaquia al noventa de Bélgica y Luxemburgo, países de voto obligatorio.
La media supera apenas el cuarenta y tres por ciento. Pese a la gravísima coyuntura
detectada, me reconforta comprobar que allende nuestras fronteras también
encontramos gentes incultas capaces de vender su alma al primer salvapatrias.
¿Alguien
concibe que la abstención carezca de lectura democrática? Desde un punto de
vista estricto, si superara el cincuenta por ciento (Eslovaquia entre otros
muchos) cualquier resultado quedaría ilegitimado. Jamás estas consultas alcanzaron
un porcentaje legitimador. Por consiguiente, sus efectos debieran ser nulos,
incluyendo las actas de eurodiputado. Me temo que nadie, ni tan siquiera
purista, haya renunciado nunca. Tampoco espero que lo haga en esta ocasión.
Solemos exigir talante democrático al rival. Para nosotros rigen otras normas
menos severas. Semejante proceder potencia asimismo la adopción de posturas
radicales. El político, empero, siempre encuentra salida aunque sea confusa. Se
impone, por el contrario, generar una conciencia europea positiva,
gratificante, fructífera. El Parlamento debe acercarse al ciudadano y hacer
autocrítica. Ahora percibimos una institución onerosa, lejana, agria; un dragón
voraz al que decapitar. Esperamos claridad en lugar de oscurantismo.
Ciñéndonos
a España, las primeras declaraciones constatan una divergencia insalvable entre
prebostes y sociedad. Unos por no asimilar el curso de los acontecimientos,
otros por pavoneo (aun prepotencia), deduzco que el día de ayer fue un trámite
caro amén de superfluo. Sin embargo, mantuvimos cierto nivel de normalidad a
pesar del millón doscientos cincuenta mil votantes que dieron su confianza a
Podemos; partido que empieza y termina con un líder populista sin ningún
bagaje. Se ha configurado como reformista utópico de fácil verbo y escaso
realismo, aparte gestos embriagadores. Personifica el mesías adecuado para
dogmáticos recalcitrantes. Pese al desencanto y a su inmensa habilidad mediática,
lo considero flor de un día; sin futuro. Mejor inclinarse por la abstención que
suscribir incursiones florales.
Tertulianos
de diferente pelaje y visceralidad siguen anclados en terminologías inexactas y
caducas. ¿Puede alguien indicarme dónde se encuentra la extrema derecha,
connatural al fascismo, o la extrema izquierda identificada con el totalitarismo?
¿Acaso ignoran que ambos “ismos” fueron exclusivos de una época y
circunstancias, en la práctica, irrepetibles? ¿Qué les impele a vivificar
connotaciones que incitan al rencor, cuando no a la beligerancia? Observo la
inercia y ligereza con que aplican estos vocablos sin evaluar su efecto en el ánimo
social. A algunos se les adivina una rotunda pretensión de choque cuando más
necesitamos el concierto.
Hoy,
insisto, existen doctrinas radicales -a ambos lados del centro- que se
alimentan de esta crisis angustiosa y cuya salida escapa a PP y PSOE. Uno y
otro, imbricados a lo largo de treinta años, dilapidaron crédito y confianza. Con
Felipe González, el socialismo llegó a doscientos dos diputados. Ahora conserva
sólo ciento diez. Ayer perdieron dos millones y medio de votos y nueve
eurodiputados. ¿Casualidad? No. Consecuencia. El PP pierde más votos pero
únicamente ocho representantes. Pese al fracaso, se siente satisfecho porque malogra
un europarlamentario menos. ¿Podemos hacer con estos mimbres muchos cestos? ¿Creen
capaces a estos señores de liderar el cambio imperativo? Yo, no.
Analizar
tan calamitosos resultados patrios de ayer resulta fácil si aplicamos un ápice
de sentido común. Los votos negados al PSOE, en su mayor parte, saciaron a IU,
UPyD y Podemos (un partido catalizado por la vorágine del momento). Salvo
quinientos mil trasvasados a Vox y Cs, el PP tuvo un electorado fiel y decidió
abstenerse. Vox fue tildada de ultraderechista por bastantes tertulianos de
orientación pepera. Tan injusto apelativo y el apagón mediático favorecieron
los adversos resultados. Veremos qué ocurre en próximos compromisos autonómicos
y nacionales. Temo un desastre para el PP porque sus dirigentes se muestran
bastante romos. Óiganlos tras la debacle electoral. Podemos e IU no tienen cabida
en un marco capitalista. Esta se mantendrá por romanticismo histórico, pero
aquel sucumbirá por un decisivo episodio cardio-respiratorio. La demagogia
estridente suele encerrar poca salud. Si alguna sigla de las llamadas
parlamentarias pactara con ellos, padecería idéntico final. Cuidado. Las
alegrías no acostumbran a ser buenas consejeras.
El
pueblo (inerme, desesperado, inculto) busca salvadores, mesías. Diluir el voto sirve
de poco. Lo conveniente es abstenerse para concienciar a los políticos prudentes
o quebrar el sistema si se empecinan en ubicarse de espaldas a la sociedad. Un
PSOE medio descompuesto, indispensable, debe buscar el recto camino. Se juega
su subsistencia y la paz de los españoles. Le caben dos posibilidades: recrear
el Frente Popular o pactar con el PP un cambio sustancial para fortalecer la
democracia, la independencia judicial y arrostrar el final de aventureros y
corruptos. Es decir, promover el bien social sobre cualquier otro particular o
partidario. Julio y suerte.
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