Alguien
prodigaría, en esta España inculta y maniquea, la enorme diferencia entre los
dos. Cada individuo tiene sus “lares” y “penates” que suelen chocar
estrepitosamente con aquellos del vecino. No voy a negar el derecho a la
discrepancia, e incluso oposición, pero anhelaría algo de sensatez, de
imparcialidad (quizás coherencia), en las varas de medida. Acopiando
información, advierto las diferentes pasiones que despiertan uno y otro caso.
Me desconcierta comprobar cómo, con parecidas premisas, pueden recorrerse
veredas antagónicas. Se conceden loas o censuras absurdas, sin fundamento, por
obra y gracia del sectarismo; ese antojo tornadizo, segregador e insolidario. Anteponemos
la discordia al entendimiento. Hemos afirmado con rigidez una llamada al
desaire; a veces, a la provocación arbitraria, irracional.
Enemigo
por igual del panegírico y de la diatriba, para pergeñar estos renglones me
mueve sólo la ponderación. Esta sintonía, además de reprimir oscilaciones
denigratorias e injustificables, suele producirme gran satisfacción moral. No
descarto en mis consideraciones, ni mucho menos, el error fatal. Tampoco cierta
querencia hacia un determinado personaje sin que tal distingo afecte, de manera
consciente, al prestigio merecido. Hago, al menos, ímprobos esfuerzos para
evitar que ambas coyunturas conformen un laberinto de criterios desafortunados
y parciales. Confieso los inconvenientes que entraña despreciar atajos
mentales, sinecuras (es costumbre) y apegos. Sin embargo, de darse semejantes sumisiones,
el talante personal lucha contra ellas y casi siempre vence. Conseguir la
objetividad cuesta esfuerzo. Luego reconforta.
Las
crónicas judiciales, en poco tiempo, han señalado dos casos parecidos,
clónicos. Años atrás, Gómez de Liaño -juez de la Audiencia Nacional- era
condenado, tras un juicio oscuro, a inhabilitación perpetua por prevaricador. Posteriormente
fue indultado por Aznar. El proceso judicial contra Polanco y el Consejo de
Prisa, por un presunto caso de apropiación indebida, fue el detonante. Se
hicieron realidad citas como “las cañas se vuelven lanzas” o “los pájaros tiran
a las escopetas” (nadie conjeture doble sentido a cuenta de ningún vocablo).
Hoy, todavía en fase probatoria, se juzga a Elpidio Silva por prevaricación en
el expediente Blesa. Acusado este de créditos irregulares, delitos societarios,
falsedad documental y posible apropiación indebida -similar al caso Sogecable-
el juez lo mandó por dos veces a la cárcel. El tema se resolverá de forma
idéntica al primero, pero sin indulto.
Ambos
sumarios presentan similitudes en fondo y forma, aunque observo matices
respecto al tratamiento. Obliga resaltar la notoriedad de los protagonistas.
Polanco, junto a Cebrián, encarnaba un poder editorial e informativo por encima
de cualquier sigla que ocupase el gobierno. A través de El País, diario con
envoltura progre, dirigía a la sociedad inquieta, sensibilizada, dogmática. Sus
tentáculos alcanzaban (también incomodaban) a sectores depurados,
institucionales. Era, en definitiva, un bocado indigesto. Blesa, titán de
luchas fratricidas, superviviente de ríos revueltos, se presenta solo; con el
único apoyo de la amistad, socorro inseguro y precario. Provisto de menor vigor
que su adjunto, debe conocer graves flaquezas en aquellos personajes cuya voz
sea decisiva para procesar a un juez, aparentemente riguroso.
Liaño
se enfrentó sin plena conciencia, además de al enorme poder mediático, a sus
propios compañeros convertidos en rivales cuando no enemigos encarnizados. El
azar tiene respuestas caprichosas. Diversas contingencias unieron sus impulsos
para que resultara una horrible tela de araña donde quedaron presos derechos,
tiempo y porvenir. Estrasburgo, algo tarde, volvió a tejer de día lo que “Penélopes”
ingratas destejieron con nocturnidad, quizás alevosía. Inventados contubernios
para arrojar a las tinieblas una prensa hostil, quedaron convertidos en
persecución impía contra un juez que, como mucho, no supo precaver el error
humano. Constatar dolo, aspecto básico para prevaricar, es tan complejo como
determinar el sexo de los ángeles. Dichosos aquellos con tanta capacidad.
Silva
inició la ceremonia utilizando a Blesa de cordero pascual. Señaló qué
penitencia espera a quienes hayan introducido sus manos en los fondos públicos.
Ciertamente, el intento valía la pena pero calculó mal los daños colaterales.
Gran parte de la sociedad agradecerá tan irreflexivo arrojo. Existe mucha
corrupción y demasiada impunidad. Nadie devuelve lo sustraído ni paga con la prisión.
Pero ningún político admite incontrolados en el sistema, menos si ha de
impartir justicia. Por este motivo, y al contrario que con Liaño, la indolencia
de los jueces viene superada por las maledicencias de innumerables voceros del poder. Mientras la secta política
y adláteres inmediatos callan, con balbuceos de tímida defensa hacia el juez, toda
la prensa sin excepción -incluyendo tertulianos- ayuna de piedad y lindero, hostiga
al personaje. Hasta se duda de su equilibrio mental. Me parece un escenario
hiperbólico e inclemente. En una democracia existe un único órgano con
capacidad de sentencia. Los aportes constituyen un lamentable juego de necios.
Reconozco
que las personalidades de Liaño y Silva son opuestas. Una, encaja con lo que
acostumbramos a calificar de normal. La otra, si quieren, resulta algo peculiar,
atípica. Al juez, le exijo conocimiento de las leyes e independencia no pautas
sociales o individuales. Los demás efectos y alternativas quedan en manos del
CGPJ. Aparte estos detalles, me asombra la simetría. Quienes ayer refutaban a
Liaño con saña hoy respaldan a Silva armados de la misma contundencia, y
viceversa. ¿Hay causa o doblez? El amable lector decidirá la sentencia.
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