Mientras filósofos y
sociólogos persiguen sin descanso -con ahínco- llegar al conocimiento de la
realidad objetiva y humana, el político intenta su rediseño. Aquellos, esgrimen
el método cartesiano, argumentan los avances epistemológicos. Estos, manosean a
su antojo conceptos vertebrales; fabrican y desvirtúan verdades (o tenidas por
tales) para conseguir un poder que, de otra manera, se les escaparía de las
manos. Unos proporcionan mentes lúcidas. Otros reclaman una disposición
personal del ciudadano a acatar presuntos desvelos cuyo peaje es siempre la
pérdida de libertad. De los primeros cabe leer su labor desprendida, casi
misional. La desconfianza debiera ser pauta social en el análisis a que nos
lleva el enmascaramiento incesante de los segundos. Altruismo y rédito
confirman la contradicción que las tesis marxistas preconizan como ingrediente dinamizador
de numerosas convulsiones que transforman la sociedad.
Días atrás, la
casualidad puso a mi alcance un artículo de Pablo Iglesias titulado “La
democracia frente al miedo”. Gramsci y su frase: “El Estado es apenas una
trinchera avanzada tras la que se asienta la robusta cadena de fortalezas de la
sociedad civil” constituía el arranque y basamento de su tesis. El complemento
argumental lo integraban las élites transnacionales impuestas por la globalización
y la Unión Europea, de la que él es parte adicional y benefactora como
eurodiputado (aquí ladrar y cabalgar conciernen al mismo empleo). Sobre ellas
descansa el presunto control en detrimento de la soberanía popular a la que tan
ardientemente evoca e invoca. Acude al gastado procedimiento de ocultar
deficiencias mediante un empaste retórico. Termina loando justicia social y
soberanía popular como las bases de la evidente democracia -en su ampulosa visión-
que sabrá imponerse al miedo. Perdón, pero vista la Historia, y otras referencias
cercanas, prefiero un sistema liberal con rostro humano.
Varias acotaciones a
tan onírico, a la vez que falaz, texto. Empezaré, por complaciente paralelismo,
asimismo con Gramsci. También él sentenció: “El entusiasmo no es más que una
externa adoración de fetiches. El único entusiasmo justificable es el
acompañado por una voluntad inteligente, por un trabajo perspicaz y una riqueza
inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente”, no
que la disfracen, añado yo. En parecidos términos se manifestaba Maximiliano
Korstanje al concluir: “El populismo permite una mayor participación política a
costa de un proceso de desinversión. Como consecuencia aparece la dictadura
como mecanismo político empleado para que las élites mantengan su legitimidad”.
El señor Iglesias atribuye -cual marxista convencido- a las élites económicas
todos los abusos y excrecencias del mundo. Olvida que el político (aun estricto,
revolucionario, novedoso) conforma una estirpe con pareja encarnadura a las que
él acostumbra estigmatizar.
Si el individuo -gobernante
o gobernado- procede de idéntico aglutinante, ¿por qué ha de manifestar
diferentes propiedades? ¿Por qué hemos de confiar en quienes carecen de singularidades
y crédito empíricos? Solicitan un proceso de fe cuando se declaran ateos abiertamente.
Protagonizan, exhiben, una absoluta incoherencia entre palabras y hechos. La popular
moraleja: “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” desprende desamor,
desprecio; más a quien se dirige. Implica un reconocimiento a la informalidad,
a la ausencia de ética, de honradez personal. Invita de forma tácita a huir de
semejantes salvadores. El romo e inhábil sujeto sigue fiel -necio- las prédicas
arteras, demagógicas, de tan onerosos mesías.
La teoría política merece
considerarse una especie de piedra filosofal, una alquimia dialéctica, un
venero argumental, que puede utilizarse -como señala el tópico popular- lo
mismo para un roto que para un descosido. El líder de Podemos invita a
imponerse al miedo para construir la democracia. Sin embargo, parece que es el
temor la pulsión que lleva al hombre a constituirse en República; es decir, en
democracia según la versión clásica. Hobbes mantuvo que el poder más efectivo
no es la espada sino el poder de la religión. Indicaba que: “si el gobernante
puede infligir la muerte física, el clero blande la amenaza de la muerte eterna
al mismo tiempo que nos hace ver anticipadamente una eternidad en el paraíso.
Esta mezcla de promesa y amedrentamiento es más eficaz que el instrumental
desencantado con el que el poder lego intenta controlar las conductas”. Por
este motivo, Marx sentenció que “la religión es el opio del pueblo”, pero
además cualquier dictador se ocupa, con
prioridad, de desterrar del hombre las prácticas religiosas en espacioso sentido.
Es hora de exigir una
reforma del actual sistema. No debe seducirnos ese embrollo decimonónico de
democracia popular. Queremos una democracia limpia, sin epítetos. Una
democracia donde puedan convivir financieros, empresarios, profesionales,
trabajadores, hombres y mujeres bajo el imperio de una ley independiente, igual
para todos en la praxis, no en los postulados teoréticos. Separación real de
poderes ya. Traigo a colación la siguiente frase de Lenin: “Mientras exista
propiedad privada nuestro Estado, aunque sea una república democrática, no es
otra cosa que una máquina en manos de capitalistas destinada a aplastar a los
obreros, y cuanto más libre sea el Estado, con tanto mayor claridad se
manifiesta este hecho”. Sin propiedad privada ni existe Estado ni Ley. China
comunista es el paraíso de la explotación obrera.
Concluyo con una máxima
de Blas Pascal: “La pluralidad que no es reducida a la unidad es confusión; la
unidad que no depende de la pluralidad es tiranía”.
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