Resulta comprensible, más allá del
límite que señala el marco consuetudinario y familiar, no haber oído la
expresión: “con be de burro”. Nuestras mentes infantiles, escolares, se nutrían
-se nutren- de ese tópico que el educador esgrime con contundencia e incluso
contumacia. Las complejidades ortográficas requieren giros cuya carga
nemotécnica ayude a su comprensión y recuerdo. Con be de burro se convierte,
soslayando el continente pegadizo, en un mensaje casi onomatopéyico al implicar
vocablo y naturaleza cerril. Ello no significa necesariamente que se
identifiquen atributo y educando provisional, cuya duda gire alrededor de letra
tan comprometedora.
Burro, enseña el DRAE en su acepción
primera, significa animal solípedo. Reitero que el objetivo inmediato sobrepasa
tal calificativo para ceñirse al tópico que adquiere carácter de información
genética. Al menos, ese es el recuerdo que -a pesar del tiempo transcurrido- se
mantiene lozano. Pudiera ser, en segundo término, que la mención asnal fuera
una simple evocación a tan carismática bestia.
Bárcenas (a quien se le atribuye apodo poco
honorable), hoy, se ha vuelto un personaje infame, breve, repelido. Se
transmuta con presteza al decir de gentes cercanas, bien conocedoras del portento.
De contable modélico, asimismo dechado de cuantiosas virtudes a pesar del
alias, pasa en pocos meses a ser el paradigma de todos los desatinos que puedan
liberarse. Personifica, gustoso, una larga retahíla de “cualidades” que la
picaresca desgrana en cada ratero descrito. Es, sin ningún género de dudas, un
villano que acapara mayor desprecio por la casta política que ayer lo
encumbraba sin pudor.
Desconozco si el otrora “Luis el
cabrón”, hogaño hace honor a su apéndice. La probabilidad existe, pero todo parece
indicar que la situación se reduce a una certidumbre que aprehende el
subconsciente colectivo y detalla preciso
aquel curioso título de Rojas Zorrilla: “entre bobos anda el juego”. El
bombardeo diario de dimes y diretes, verdades corregidas, a medias o matizadas,
llevan al convencimiento de que aquí hay tomate, en famoso eslogan
publicitario.
La prensa se divide cuando ha de juzgar
los famosos “papeles”. Mientras algunos defienden -hasta rebasar lo juicioso-
la inocencia de Rajoy junto al resto de presuntos acaparadores, otros
-atenazados por idénticas terquedades- deslizan una dimisión presidencial
inevitable, según ellos, por insolvencia política. El conflicto está servido.
Lo bueno o lo malo (depende del prisma) es que ambas apreciaciones gozan de
parecidas probabilidades en relación a su certeza e inexactitud. Cualquier
desenlace merece asemejarse a la realidad, aunque sólo una determine la justicia.
Hasta es posible un abismo discrepante entre pueblo y juez. El veredicto
solemne, definitivo, lo sancionará la calle.
Tertulianos -al compás de los medios-
despliegan filias y fobias radicales, sin asomos de encuentro. Insisten en
airear preferencias que manan a veces de oscuros veneros. Se dejan llevar más
por la avidez que por la consistencia argumental. Dejan al descubierto las
entrañas de un dogmatismo tan salvaje como el simpático asno que abría estos
renglones. Forjan, al tiempo, comportamientos individuales y colectivos
divergentes en lugar de acompasar actitudes que puedan conjugar objetivos irreemplazables.
Sin embargo, fruto de su irresponsabilidad, damos la espalda al impulso común y
nos quedamos sin fuerza moral para fiscalizar los yerros políticos.
El PP sale en tromba, casi agresivo,
defendiendo a Rajoy. La teneduría (sin determinar a qué letra del abecedario
responde, porque no hace falta) establece que el presidente, y unos cuantos
prohombres del partido, cobró sobresueldos cuando ostentaba cargos
gubernamentales. Ahí reside la sutileza al trasgredir la Ley de
Incompatibilidades. A mí me parece una estrategia burda basar el crédito de dos
personas en supuestos recorridos morales. Se dice de Bárcenas que es un
“chorizo” pero Rajoy debía saber el nombre del donante y la magnitud de lo
conferido. En estos casos, no existen entregas anónimas ni oferentes
encapuchados. ¿Quién atesora más ética, el chorizo o el consentidor? Ambos
dejan parecidos pelos en la gatera, viene a condensar tan nauseabundo
escenario.
La privación de transparencia contable y
el vacío de documentos firmados por quienes recibieron óbolos, no debe
considerarse prueba segura de engaño. Tal supuesto supone constatar una
disyuntiva plena entre delito y veracidad. Encima, algunos miembros de la
cúspide del PP han confesado ser ciertos los apuntes publicados; en concreto
los que se aludían a ellos
Zarzuela y costumbre se aglutinan para
legitimar ciertos modos. Si las ciencias adelantan que es una barbaridad,
también pueden (y deben) avanzar los usos. He aquí el fundamento para cambiar
la onomatopeya léxica: hoy toca admirar u odiar el cinismo, la sisa, el
disimulo y la desvergüenza que luce la be de Bárcenas.
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